Hace unos días volví de mi primer viaje por África negra: 3 semanas en Kenia y Tanzania con varios de mis mejores amigos durante las cuales hicimos un safari, subimos al Kilimanjaro y disfrutamos en las playas de Zanzíbar.
Antes de marcharme estaba un poco nervioso, porque del continente africano sólo había estado en Sudáfrica durante el Mundial y no sabía muy bien que esperar, y eso sin contar con la malaria o el mal de altura…
Pero ahora que he regresado y he vivido todo aquello en persona, puedo decir que ha sido uno de los mejores viajes que he hecho nunca.
Me han fascinado los paisajes, la simpatía de la gente y su filosofía de vida. Y aunque en los restaurantes tarden 1 hora en servirte la comida, ha sido una experiencia que nunca olvidaré.
En el post de hoy quiero hacerte un resumen de mis aventuras por África.
Para mí vivir al máximo significa, entre otras cosas, poder viajar cuando quiera sin preocuparme por las fechas ni por el dinero, y por eso me gustaría compartir contigo cómo ha sido el último de esos viajes.
No para presumir ni nada por el estilo, sino para animarte a que tu también crees una vida llena de actividades que amas y que te hacen feliz.
Así que, sin más dilación, esto fue lo que viví en Kenia y Tanzania 🙂
Parte I: Safari en Kenia
Empezamos el viaje con un safari de 7 días por varios de las reservas naturales de Kenia.
Sólo uno de mis amigos es aficionado a la fotografía y tiene una cámara en condiciones, pero aun así, a todos nos apetecía ver animales salvajes en su hábitat natural.
Por si no sabes cómo funciona un safari (yo no lo sabía), te llevan por las zonas en las que viven dichos animales en una especie de furgoneta con el techo levantado.
Tú vas de pie dentro de la furgoneta con la cabeza fuera mientras el conductor va buscando bichos interesantes, y cuando los encuentra se para para que tú puedas verlos y echarles fotos.
Aquí puedes ver el vehículo en cuestión:
Normalmente se duerme en hoteles o en campamentos dentro de los propios parques naturales, y nosotros salíamos a hacer safari (que en swahili significa viaje) al menos dos veces al día: por la mañana y después de comer.
Hecha esta aclaración, continúo con la narración 🙂
El primer lugar que visitamos fue Samburu, una reserva con suelos de tierra y poca vegetación.
Aquí no vimos grandes grupos de animales juntos, pero fueron los primeros que nos encontramos así que nos hizo especial ilusión 🙂
Mola ver a los animales en un safari porque son salvajes y están en su casa, mientras que en el zoo es todo mucho más artificial.
¡Incluso los pájaros intentaban unirse a la fiesta durante el desayuno!
En Samburu estuvimos 2 días completos, y la verdad es que tuvimos mucha suerte porque vimos a todos los animales, incluido un leopardo que es de los más difíciles de encontrar.
Después de Samburu fuimos al lago Nakuru.
En el camino hicimos una parada en el Ecuador, donde te hacen una demostración del famoso Efecto Coriolis.
Primero te llevan a 10 metros al Sur del Ecuador y un tipo echa agua en un cubo con un agujero en el que hay flotando un tapón de corcho. Cuando el agua empieza a salir se forma un pequeño remolino, y el tapón gira hacia en el sentido de las agujas del reloj.
Luego, te llevan a 10 metros al Norte del Ecuador y repiten el experimento. ¡Esta vez el tapón gira en sentido contrario!
Por último, vas a la línea del Ecuador y el tipo vuelve a echar el agua por última vez. Curiosamente allí no se produce ningún remolino y el tapón se queda estable.
¡Fascinante!
(Luego leí que es fake, pero aun así me gustó mucho)
Como es de esperar, al acabar la demostración nos intentaron vender por 5 euros un «certificado» de que habíamos estado en el Ecuador, pero nosotros lo rechazamos amablemente y en vez de eso dimos una pequeña propina.
En lago Nakuru estuvimos sólo un día. Allí pudimos ver algunos animales distintos a los que habíamos visto en Samburu y con un paisaje mucho más verde:
Lo más típico de Nakuru son los búfalos, que hay un montón, y los flamencos, que siempre están bebiendo a orillas del lago:
Por último, los 3 días finales del safari los pasamos en Masai Mara, que es la zona del Serengueti que pertenece a Kenia y la reserva natural más importante del país.
Cuando estuvimos eligiendo el safari nos recomendaron que dejásemos Masai Mara para el final, y en cuanto llegamos allí entendimos por qué: ¡Masai Mara deja en ridículo al resto de parques!
Hay animales por todas partes, a veces decenas de ellos juntos, y si primero vinieses aquí, luego cuando fueses a otros lugares y vieses sólo una jirafa o un grupo de tres cebras te sentirías estafado.
En Masai Mara pudimos ver todo tipo de bichos, ¡incluidos leones comiendo!
Pero sin duda lo que más me impresionó fue el ver a un puma cazando a una gacela Thomson.
Fue como estar viendo National Geographic pero en directo.
Resumiendo: que el safari fue una grandísima experiencia.
No es barato (1.400 dólares por cabeza), y en ocasiones resulta un poco pasivo porque te pasas mucho tiempo en la furgoneta sólo mirando, pero es algo único que merece la pena hacer al menos una vez en la vida.
Nosotros lo hicimos con la compañía Masiko Safaris, que es de un chico español, y quedamos encantados con el conductor y con la organización.
Estuvimos 7 días y 6 noches, pero en mi opinión podríamos haber eliminado el último día sin problema.
Parte II: Subida al Kilimanjaro
Después de una semana metidos en un coche viendo animales sabíamos que nos iba a apetecer algo un poquito más activo, así que decidimos programar la subida al Kilimanjaro justo después del safari.
El Kilimanjaro está en Tanzania, y es la montaña más alta de África, con 5.980 metros de altitud, pero a pesar de la altura no es un subida complicada a nivel técnico.
Eso hace que sea asequible para todos los públicos, incluidos mis amigos y yo, que apenas tenemos experiencia haciendo estas cosas.
Existen varias rutas para subir al Kilimanjaro:
La más sencilla es la ruta Marangu o «ruta de la Cocacola», que se llama así porque antes te vendían CocaCola y snacks durante toda la ascensión (ya no hay puestos porque el gobierno los prohibió). Esta ruta dura 5 o 6 días, transcurre por caminos lisos y sin piedras, y todos los días duermes en cabañas que se encuentran en campamentos con agua corriente.
Luego, para los más profesionales, hay otras rutas mucho más complicadas e incluso peligrosas, como la Western Breach, que requieren hasta 8-10 días y que incluyen hacer noche en el cráter del Kilimanjaro. Esa fue la ruta en la que falleció Scott Dinsmore, uno de mis blogueros favoritos, a causa a un desprendimiento (DEP) 🙁
Nosotros no queríamos elegir el camino más turístico pero tampoco uno para el que no estuviésemos preparados, así que finalmente nos decidimos por la ruta Rongai, que sube a la cima por la cara norte de la montaña y baja por la sur, dura 6 días y duermes en tiendas, pero no es peligrosa ni presenta ninguna dificultad técnica importante.
El primer día de ascensión nuestro guía nos recogió en el hotel y nos llevó a la oficina de la agencia que habíamos contratado, para pagar el viaje y comprobar que llevábamos todo lo necesario, y nada más llegar nos dimos cuenta de nos faltaba la mitad del equipo.
Pensábamos que íbamos de excursión a la sierra de nuestro, y nos presentamos allí con mochilas de juguete, sin cantimplora y con un abrigo fino como única ropa de abrigo, así que al final nos tocó alquilarlo casi todo. Un desastre 😛
Pero después de casi 3 horas probándonos pantalones de lluvia, chaquetas de montaña, y aprendiendo cómo funcionaba un CamelBak, estábamos listos para partir.
Nos subimos a una mini-van para ir hasta la entrada del parque, pagamos la tasa de entrada y ahí nos llevamos la segunda sorpresa: en nuestra expedición éramos nosotros 6… y ¡24 personas más!
El equipo estaba formado por…
- 1 guía principal
- 2 guías auxiliares
- 1 cocinero
- 20 porteadores
Una expedición en toda regla.
Después de comer un pequeño picnic empezamos a andar por un camino muy agradable, y 3 horas más tarde habíamos llegado al primer campamento, donde ya teníamos las tiendas para dormir montadas, con todas nuestras cosas dentro, los baños portátiles y la tienda común para comer y jugar a las cartas.
Básicamente, el funcionamiento de la ruta durante los 6 días fue el siguiente:
- Nos levantábamos temprano, entre las 5 y las 7 de la mañana
- Los porteadores recogían todas las cosas y salían los primeros en dirección al siguiente campamento, junto con el cocinero
- Nosotros salíamos un poco más tarde con los guías. Llevábamos cada uno una mochila con agua y con la ropa que fuésemos a necesitar para el camino, y los porteadores llevaban todo lo demás
- Cuando llegabas al campamento ya estaba todo montado y preparado
Los campamentos en los que dormíamos eran muy básicos: una explanada para poner las tiendas, una cabaña para registrarse en la que vivía el guarda, y unos baños que consistían en varios agujeros en el suelo.
La comida era sorprendentemente buena para estar en la montaña.
Para desayunar nos preparaban huevos y salchichas, y nos daban un par de rebanadas de pan bimbo con mantequilla de cacahuete o mermelada. El almuerzo nos lo daban en un tupper y consistía en un huevo cocido, un trozo de pollo, un paquetito de galletas y algo de fruta. Por último, la cena incluía una sopa, una bandeja de arroz/pasta/patatas, y carne o pescado con alguna salsa de verduras.
En cuanto a las duchas, consistían en un cubo con un poco de agua caliente y una pastilla de jabón. Por suerte el ser humano es inteligente e inventó las toallitas húmedas…
Pero lo más interesante, sin duda, eran los baños. Como somos muy pijos y no nos van los agujeros en el suelo, llevábamos dos váteres portátiles con su tienda y todo, lo que hizo que ir al servicio en la montaña fuese mucho más llevadero.
Las caminatas que hacíamos cada día eran sencillas.
Nos levantábamos temprano y andábamos por buenos caminos no más de 5 horas hasta llegar al siguiente campamento.
La mayor dificultad era la altitud y las condiciones climatológicas.
La altitud porque el segundo día ya dormimos a 3.600 metros de altura, y a partir de ahí empiezan los dolores de cabeza. Esos dolores no hicieron más que empeorar según íbamos subiendo y durmiendo a 4.100 y 4.800 metros en los días posteriores, aunque afortunadamente sólo fueron mareos y jaquecas sin importancia.
Las condiciones climatológicas eran difíciles porque a esa altitud cuando pega el sol, pega muy fuerte, pero cuando se va el sol hace un frío brutal. Si no tenías cuidado por la noche te congelabas y dormías mal, y el cansancio se iba acumulando.
Pero bueno, a pesar de esos pequeños obstáculos, los primeros 4 días de subida no dejaban de ser un senderismo sencillito.
Lo interesante llegó el 4º día por la noche.
Ese día tuvimos que levantarnos a las 23:30 con un frío de mil demonios para empezar la subida a la cima.
Llevábamos un montón de capas puestas y las linternas en la cabeza, y empezamos a ascender en fila india y muy despacio, casi a cámara lenta. La consigna durante todo el camino es pole pole, que significa despacito, paso a paso.
Según pasaban las horas iba haciendo más frío, y a pesar de llevar unos calcetines súper gordos y guantes de nieve, apenas podíamos sentir la punta de los dedos. Sobre las tres de la mañana, el agua se congeló en el camelbak. Y cuanto más caminábamos, más mareados nos encontrábamos por la altura.
En esta ocasión el camino era de tierra y muy empinado, por lo que costaba bastante subir, pero lo peor de todo es que andábamos y andábamos y no llegábamos nunca. Veías lucecitas más arriba, pero aquello era infinito.
Finalmente, después de unas 4 horas subiendo sin apenas descansar (no es recomendable parar a esa altitud), llegamos al borde del cráter del Kilimanjaro, a un punto llamado Gilman Point que se encuentra a unos 5.600 metros.
Llegar hasta aquí está muy bien, porque por fin termina la maldita ladera, pero al mismo tiempo es muy desmoralizador porque no es la cima de la montaña.
El punto más alto se llama Uhuru Peak, se encuentra a 5.980 metros de altura y para llegar allí tienes que andar 2 horas más.
Así que después de un breve descanso para beber agua (los guías llevaban botellas de plástico envueltas en calcetines para que no se congelasen) y de que mi amigo Carlos Molina vomitase por el mal de altura, continuamos nuestro camino.
Creo que las 2 horas siguientes fueron las 2 horas más largas de mi vida.
A pesar de que íbamos súper despacio, estaba súper mareado y caminaba tambaleándome.
Miraba a mi alrededor y veía a grupos de personas como yo, que parecían The Walking Dead, incluida una señora a la que literalmente la iban empujando porque no podía más.
Mi amigo Muñoz se paró después de una hora y dijo que se encontraba mal, qué él se quedaba allí y que le diesen a la cima, pero al final uno de los guías le convenció para continuar.
Por eso, cuando POR FIN coronamos el Kilimanjaro, nos dio un subidón increíble.
Nos dimos un abrazo como si hubiésemos sobrevivido a una guerra, y más de uno lloró de la emoción (las lágrimas se te congelaban en las pestañas del frío).
Estuvimos en Uhuru 15 minutos, disfrutando de la victoria y echando algunas fotos, e inmediatamente empezamos el descenso.
Bajar fue una historia completamente diferente a subir.
Ya había salido el sol y no hacía tanto frío, podíamos avanzar más rápido porque era todo cuesta abajo, y sabíamos que lo peor ya había pasado así que estábamos pletóricos de felicidad.
Mientras que para recorrer los 5 km que nos separaban de la cima invertimos unas 6 horas y media, sólo nos llevó 2-2.5 horas llegar al campamento, donde nos recibieron los porters con un vaso de zumo fresquito que me supo a gloria.
A partir de ahí, el resto del recorrido fue pan comido.
Tuvimos que caminar unas 6 horas al día, pero íbamos bajando y cada vez nos encontrábamos mejor. Estábamos felices, y la imagen de la ducha del hotel esperándonos nos daba fuerzas para continuar.
Lo más remarcable fue, que el último día por la mañana, antes de salir, tuvimos que dar un pequeño discurso para darle las gracias a todo el equipo y decirles cuánta propina le íbamos a dar a cada uno (me tocó a mí hablar, como siempre).
Ellos, por su parte, nos cantaron una canción bastante pegadiza.
El sábado 2 de Septiembre al mediodía llegamos a la puerta de entrada.
Brindamos con una cerveza fresquita (de la marca Kilimanjaro), nos entregaron un diploma acreditativo de que habíamos llegado a la cima y nos fuimos al hotel.
Esa noche me di una ducha gloriosa, comí varios kilos de carne en un restaurante local de barbacoa y dormí como un bebé.
Sin duda subir al Kilimanjaro fue una experiencia única y emocional para todos nosotros.
No creo que ninguno la quiera repetir, al menos no en un futuro próximo, pero sí nos alegramos mucho de haberlo hecho, así que si algún día tienes la oportunidad no lo dudes.
Eso sí: es caro de narices.
La expedición nos costó $1.500 por persona ($850 de entrada al parque y el resto de la expedición), más unos $100 del alquiler del equipo, más unos $250 adicionales en propinas. En total, unos $1.800.
Nosotros lo hicimos con una empresa llamada Mar Tours, que después de mucho buscar fue la que mejor precio nos dio (las había que costaban $2.200 a pesar de ofrecer lo mismo), y quedamos muy contentos con el trato y con el equipo.
Hakuna Matata
Hay una anécdota muy graciosa que creo que ilustra muy bien la filosofía de vida africana y que me gustaría compartir contigo.
El tercer día de ascensión, uno de mis colegas se quedó sin agua a mitad de camino.
Ninguno de los guías llevaba agua adicional y se la tuvimos que acabar prestando nosotros, así que en el briefing de esa noche le pedimos al guía principal, Manase, que de ahí en adelante nos diese una cantimplora adicional o la llevase él para que no volviese a ocurrir lo mismo.
La respuesta de Manase se convirtió en un clásico durante el resto del viaje:
«¡Hakuna Matata!», nos respondió con una sonrisa.
El que dijese que no había ningún problema estaba muy bien, pero no respondía la pregunta de si iba o no iba a llevar más agua, así que se la volvimos a hacer.
«Ok, hakuna matata, ¿pero qué vamos a hacer entonces con el agua?»
«¡Hakuna Matata, my friend»!, volvió a responder.
No le preguntamos más sobre el tema, pero lo cierto es que a partir de ahí no nos volvió a faltar agua.
Un crack Manase.
El tío llegaba fumadísimo a los briefings todas las noches, y por algún motivo que nunca llegamos a comprender me llamaba «Costa Rica» en vez de Ángel, a pesar de que no íbamos con nadie de Costa Rica ni jamás mencionamos el país.
Parte III: Relax y fiesta en Zanzíbar
Y por fin llegó la parte más esperada del viaje.
Tras 6 duros días de suciedad y sufrimiento en la montaña, tocaba cerrar las vacaciones con una semana de relax en las playas de Zanzíbar.
Zanzíbar es una región de Tanzania formada por dos islas, Unguja y Pemba, aunque cuando la mayoría de la gente habla de Zanzíbar se refiere a Unguja, que es donde se encuentra la capital y donde fuimos nosotros.
La isla tiene distintas zonas, y cada una de ellas cuenta con distintos atractivos turísticos.
Como cuando planeamos el viaje no teníamos mucha información, decidimos empezar alojándonos en la costa Este, más concretamente en el pueblo de Paje, porque vimos en Hostelworld que allí había un albergue con una puntuación de 9.6… así que por algo sería.
Fue una buena decisión.
New Teddy's Place es un albergue que está a 2 minutos andando de la playa, y en el que todo el suelo excepto el de los baños es de arena (sí, el de las habitaciones también).
Tiene el típico bar-restaurante en el que por la noche se reúne todo el mundo, y también ofrece un montón de excursiones que puedes contratar directamente desde allí.
Nosotros hicimos varias.
En primer lugar fuimos a una plantación de lo más interesante, en la que pudimos ver las plantas de las que salen un montón de especias. Por ejemplo, allí aprendí que la canela es la corteza de un árbol, algo que no sabía hasta entonces.
Es un paseo muy entretenido, porque el guía te deja tocar, oler y probar la mayoría de las plantas que te enseña.
También visitamos la capital de Zanzíbar, Stone Town, que es una ciudad llena de vida, de callejuelas en las que perderse y con un aspecto decadente, llena de edificios antiguos y poco cuidados pero con mucho encanto.
Merece la pena verla, e incluso quedarse unos días si tienes tiempo.
Finalmente, hicimos una excursión a la Isla de Prisión, que es una pequeña isla a 3.5 kilómetros de Stone Town.
Se va en barco, y su único atractivo es ver las tortugas gigantes (las segundas más grandes del mundo después de las de Galápagos). Están todas en una especie de parque en el que tienes que pagar por entrar, pero puedes acercarte a ellas, tocarlas y darles de comer.
A mi me parecieron impresionantes. Mucho más grandes de lo que esperaba.
Además de hacer excursiones, jugar al vóley playa y beber cervezas, cuando estuvimos en el albergue también fuimos a la playa.
Era una playa de arena blanca y aguas cristalinas, pero con mucho viento. Eso hacía que no fuese muy apropiada para tumbarse a tomar el sol y sí para hacer kitesurf.
Estaba todo lleno de escuelas y de gente con cometas.
Cuando nos acercamos a preguntar por una clase de kite, nos explicaron que el curso básico dura 9 horas y cuesta 200€, y que las 6 primeras horas son sin tabla, sólo aprendiendo a manejar la cometa, así si quieres iniciarte en este deporte tienes que dedicarle varios días.
Por último, cuando estuvimos en Paje también salimos de fiesta.
En este tipo de islas la fiesta es cada día en un sitio diferente, y nosotros acabamos un lunes en una jam session muy divertida que organizaban en un lodge llamado Red Monkey.
Acabaron cancelándola porque un africano borracho se cayó en el escenario y empezó a liarla, pero nos trasladaron a otro lodge para la «after party» y nos lo pasamos muy bien.
Me sorprendió especialmente el ver que los masais salen de fiesta como cualquier otra persona, y te los encuentras en la pista de baile con la manta roja, las chanclas de esparto y la vara de madera como uno más. Muy auténtico todo.
Después de nuestra experiencia en el este de Zanzíbar, decidimos mudarnos al norte de la isla (Nungwi/Kendwa) para pasar allí los dos últimos días de vacaciones.
Habíamos escuchado que en el norte es donde están los resorts, así que alquilamos habitaciones en uno que estaba en primera línea de playa.
La verdad es que los dos días que estuvimos allí fueron un lujo: tumbonas frente al mar, nada de viento, cócteles en el bar del hotel…
Por esa zona también se organizan fiestas prácticamente todos los días, así que de nuevo tuvimos la oportunidad de salir un rato.
La última noche fuimos a bailar a un bar frente al mar llamado Cholo's y lo que nos pasó allí fue bastante surrealista. Pero como se suele decir en estos casos… eso es otra historia 🙂
Conclusiones
Mi primer viaje a África negra ha sido una experiencia que nunca olvidaré.
Me subí al avión nervioso porque no sabía que era lo que me iba a encontrar y volví a casa encantado y con ganas de volver.
Durante las 3 semanas que estuve en Kenia y Tanzania no tuve ningún incidente:
- El Malarone no me dio ningún efecto secundario
- Mi cuerpo toleró bien el mal de altura en el Kilimanjaro
- Cuando me moví por Nairobi no sentí miedo en ningún momento
- No me puse enfermo con la comida ni me robaron
Más bien fue al contrario: todo el mundo fue súper amable con nosotros, viví un montón de nuevas experiencias y pude disfrutar de una cultura muy diferente a todas las que había conocido hasta el momento.
Creo que la manera africana de ver la vida, con más tranquilidad (pole, pole) y tomándose todo menos en serio (hakuna matata), es algo de lo que tenemos mucho que aprender en Occidente, y sé que después de este viaje siempre llevaré esas dos expresiones conmigo.
Y es que en mis casi 5 años recorriendo el mundo he conocido muchos lugares increíbles, pero ninguno tan mágico como África.
Así que si algún día tienes la oportunidad de visitar este continente, no lo dudes: lo que vivirás allí no lo vivirás en ningún otro sitio.
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