«La felicidad sólo es real cuando se comparte»
— Hacia rutas salvajes
Llevo varias semanas queriendo escribir sobre Argentina, pero sinceramente no sabía cómo hacerlo. No quería contarte que en Buenos Aires bailan tango o que los argentinos comen mucha carne, porque sería lo mismo que decir que el cielo es azul o que el mar tiene olas. Tampoco quería describirte los lugares que he visitado estos días, porque eso ya lo hacen muy bien las guías de viaje. Lo que quería era capturar la esencia del país y plasmarla en palabras, y no era capaz de hacerlo porque todavía no sabía cuál era esa esencia… hasta hace unos días.
Fue en Mendoza. Estaba con Leandro, mi host de CouchSurfing y tercer hermano pequeño, y con Santi, lector de Vivir al Máximo y socio del futuro Imperio Chivito. Habíamos alquilado unas bicicletas para visitar las distintas bodegas de Maipú y, después de recorrer varios kilómetros y degustar todo tipo de vinos, habíamos acabado en Carinae, una bodega pequeñita y muy acogedora.
La mayoría de bodegas de la provincia de Mendoza pertenecen a grandes magnates extranjeros que decidieron invertir en la zona aprovechando la crisis económica del 2001, pero Carinae es una excepción. Sus dueños son una pareja de franceses, Brigitte and Philippe, que llegaron a Mendoza en 1998. Tras varios años ahorrando, decidieron usar todo el dinero que habían acumulado para hacer realidad su sueño: construir su propia bodega. Lo hicieron por puro placer, no como una inversión, y por eso si te acercas a visitar su negocio te los encontrarás trabajando como cualquier otro empleado.
Estábamos en la sala de degustaciones, compartiendo una picadita y probando el fantástico Carinae Prestige, cuando de pronto apareció Brigitte por una puerta y se acercó a saludarnos. Inmediatamente nos pusimos a hablar con ella, ayudados por esa facilidad de palabra que da el vino.
«Brigitte, ¿y por qué decidisteis quedaros en Argentina?» le pregunté mientras me llevaba a la boca un trozo de queso de cabra con aceite de oliva.
«Por la gente» respondió ella sin dudar ni un segundo. «En Francia puedes pasarte un día entero sin hablar con nadie, pero aquí es imposible. Si sales a comprar fruta sabes que te vas a cruzar con algún conocido o que vas a acabar charlando durante 15 minutos con la frutera.»
Y así fue como, cuando menos lo esperaba, comprendí por fin qué es lo que hace única a Argentina.
No es el fernet, ese licor de hierbas de color negro y sabor amargo que se ha convertido en su bebida nacional, ni el hecho de que entre amigos nunca discuta si esa noche se bebe ron, whisky o ginebra porque la decisión ya está tomada de antemano (ché, boludo, traéte una botellita de fernet con coca). Es la previa en sí. Esa reunión imprescindible con los amigos de la infancia antes de salir al boliche, en la cual hablas a gritos de la inflación y de que todas las minas son unas histéricas, cada vez más alto según se van vaciando las botellas.
No es que sus habitantes ingieran una media de 116 kilos de ternera, pollo y cerda al año, ni el que sea casi imposible encontrar otras opciones que no sean carne o pasta en el menú de un restaurante. Es el sacramento del asado, con su vacío, su matahambre y sus chinchulines –bien hechos y con mucho limón–, un ritual que reúne a familias y grupos de amigos todas las semanas sin excepción entre risas y un buen malbec.
Tampoco es que sea un país profundamente nocturno, mucho más de lo que creía posible, en el que la gente queda a tomar café a las 9 de la noche, sale a correr por el parque a las 23:30 o se junta para cenar a la 1 de la madrugada como si fuese algo normal. Es la idea de que, no importa lo tarde que sea, siempre hay tiempo para reunirse con tus amigos.
Si crees que argentina es el Boca-River, las milanesas, las canciones de Los Redondos, las milongas o el famoso «es que sos muy linda» chamuyero que derrite a todas las chicas españolas te equivocas. La verdadera seña de identidad de Argentina es que es un país en el que las relaciones personales están por encima de todo.
Porque vivir en Argentina no es comer carne ni bailar tango, sino conocer gente y disfrutar estando con ellos. Es mucho más que un país de gente «creída» que está todo el día pensando «¿por qué los argentinos somos tan lindos?», que es algo que pensamos a veces los españoles cuando los vemos en nuestro país ligando con todas.
Me di cuenta de esto cada vez que iba a un restaurante y me encontraba a un grupo de 20 personas celebrando un cumpleaños, algo bastante frecuente por aquí. Y no eran amiguetes universitarios, sino gente de todas las edades: desde la abuela con el bastón hasta el niñito de 5 años correteando entre las mesas. Comían juntos, cantaban «que los cumpla feliz» y compartían un buen rato entre todos. Me recordó a aquellos cumpleaños de la infancia, con sándwiches de nocilla y gusanitos naranjas, en los que merendabas con los amigos y luego te pasabas la tarde jugando al escondite hasta que venía tu madre a recogerte.
También lo vi en el perfil de Facebook de mis amigos argentinos, lleno de fotos con sus familiares: primos, sobrinos, tíos, yernos… cuando yo sólo tengo alguna foto con mi hermano Guillermo, mi primo Adrián y poco más. Aquí el concepto de familia no se reduce a padres y hermanos, sino que es mucho más amplio (incluye también a los novios y novias, que están invitados desde el principio de la relación). Además se suelen juntar como mínimo una vez por semana a hacer un asado, en vez de una vez al año por Navidad.
E incluso lo experimenté en las tareas cotidianas del día a día, como cuando fui a una zapatería a que me pegasen la suela de las Converse y acabé pasándome 15 minutos hablando con el zapatero sobre Messi, Maradona y el mundial del 90. O aquella la mañana en la que acompañé a mi amiga Andi a la imprenta y el encargado le dio un beso, la invitó a pasar detrás del mostrador, le hizo varios chistes y le acabó contando que su primera hija iba a nacer en un mes y que no podía dejar de sonreír como un tonto cada vez que hablaba de ella.
Desde luego que Argentina dista mucho de ser el país perfecto, pero esta relación tan especial y cercana que existe allí entre la gente me hizo reflexionar.
¿Por qué cuando nos hacemos mayores cada vez celebramos menos y además lo hacemos de una manera más íntima?
¿Por qué a veces es tan difícil quedar con los amigos? ¿De verdad estamos todos TAN ocupados?
¿Qué prioridad le damos a nuestros seres queridos? ¿Por qué tenemos que esperar a una ocasión especial para verlos?
Y llevando todo esto un poquito más lejos: ¿Y si los argentinos tienen razón? ¿Y si todo fuese tan sencillo como ganar lo suficiente para vivir honradamente y compartir nuestro tiempo con la gente que nos importa?
No lo sé, pero después de dos meses aquí hay una cosa que me ha quedado clara: viva donde viva, mi casa tendrá una parrilla y una buena mesa para sentarse al aire libre, y mi familia, mis amigos y tú, querido lector, siempre estaréis invitados 🙂
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Y tú, ¿has estado en Argentina? ¿Qué fue lo que más te cautivó del país?
Quiero aprovechar para dar las gracias a todos los amigos argentinos que he tenido el placer de conocer desde que llegué y que me han hecho sentir como en casa:
- A Alex y Alejandro, por recogerme en el aeropuerto cuando llegué a Buenos Aires sin conocerme de nada. Alejo, tenemos pendiente ir a ver EL VERDADERO fútbol argentino con unos alfajores Guaymallén 🙂
- A María, por invitarme al mejor SPA de Buenos Aires. Ha sido la primera máscara facial que me han hecho en mi vida (no sé todavía si me pusieron los pepinillos en los ojos jaja), y el lomito y la tarta de manzana de después fueron deliciosos.
- A Martin, Diana, Laura, Noelia y todos los demás que vinisteis a la 1ª quedada porteña Vivir al Máximo. ¡Espero que estéis entrenando vuestros skills de beerpong para la próxima ocasión! 😉
- A la Yesy, Pauliña y el resto de la comunidad de CouchSurfing La Plata. Fue un encuentro inolvidable, ¡gracias por organizarlo!
- A Ailén, por enseñarme mis primeros pasos de salsa cubana y por llevarme al mejor bar de todo Belgrano a jugar al juego ese de la torrecita (¡no recuerdo como se llamaba!).
- A Leandro, por acogerme en su casa y tratarme como un hermano, por hacerme de guía en Mendoza y por aguantar mis tres siestas diarias. ¡No descartes que vuelva después del Mundial!
- A Andi por proponerme para dar una charla en Mendoza y por su futura carrera como cantante. Mucho ánimo estos días.
- A Santi, por su curso privado de asador y por preparar mi primer chinchulín, por el buen comer y el buen beber, y por recordarme que no debemos ponernos límites y que nunca hemos tenido más oportunidades que ahora.
- Al gran Mati, por invitarme a pasar el finde su finca de Los Reyunos y hacer que me cagase de frío pescando en la lancha en medio de la noche. Gracias por presentarme al famoso Ghetto: cracks y grandes personas.
- A Sole, Euge, Anita y todas las demás menduquitas del cumple. ¡Hay que armar una manifestación para la reapertura del por acá urgentemente!
- A Cande (aunque te sigo odiando por abandonarme) y Agus por ese deliciosísimo pastel de zanahoria y naranja jajaja ¡Enhorabuena por vuestra graduación!
- Y a Raúl, por recibirme en San Miguel de Tucumán y llevarme a comer empanadas y mi primer sándwich de milanesa. ¡Tenemos un locro pendiente!
Cuando viajas lo importante no es el lugar al que vas sino la gente con la que te rodeas, y vosotros habéis contribuido a hacer que estos últimos meses hayan sido inolvidables. GRACIAS.