Hace unas semanas fui muy sincero contigo y te confesé que no creo que este año vayas a conseguir tus objetivos porque en el fondo no estás dispuesto a pagar el precio.
Fue un mensaje que resonó con muchos lectores, que reconocieron que, efectivamente, su problema no era que «no tuviesen tiempo» o que «no supieran por dónde empezar» sino que no querían hacer los sacrificios necesarios.
Aunque darse cuenta de esto es un buen primer paso, hay una cuestión importante de la que no hablé:
¿Qué es lo que nos lleva a pagar el precio? ¿Por qué a veces somos imparables y estamos dispuestos a hacer todo lo que haga falta para lograr algo y otras veces no acabamos de arrancar?
Quizá pienses que la clave está en sentirse motivado. O en tener fuerza de voluntad.
Pero no, no es el caso.
El secreto es otro, y antes de explicarte de qué se trata quiero contarte una historia personal.
Por qué empecé a hacer ejercicio
Hace unos 7 años estaba gordo.
Acababa de mudarme a Estados Unidos, y cambiar la comida sana de mamá por pizzas y hamburguesas había tenido un efecto inmediato.
Todas las mañanas me miraba al espejo, veía mi cara redonda y mi papada y me sentía fatal conmigo mismo.
Sabía que tenía un problema y cada mañana decía «no quiero ser gordo». Sabía perfectamente que la manera de solucionarlo era cambiar mi dieta y hacer ejercicio. Pero pasaban las semanas, los meses y yo seguía sin hacer nada al respecto.
Entonces ocurrió «el incidente».
Una tarde de domingo, mi compañero de piso Amadeo me convenció de que fuésemos al gimnasio a jugar un partido de racquetball (la versión americana del squash). Uno de los puntos se alargó más de la cuenta y tuve que esprintar varias veces de un lado a otro de la pista, pero a la quinta carrera me vi obligado a parar porque no podía más. Me puse rojo como un tomate, empecé a toser sin parar y tuvimos que dar el encuentro por finalizado.
Mientras Amadeo estaba en la ducha, me senté a reflexionar sobre lo que había ocurrido.
Tenía 22 años, un cuerpo joven y fuerte, y sin embargo mi condición física era peor que la de un abuelo de 90 años. Estaba auto-destruyéndome y eso tenía que acabar. A partir del día siguiente tomaría las riendas de mi vida y empezaría a cuidarme.
Y efectivamente, así fue.
A la mañana siguiente llamé a mi amigo Fran, que tiene un box de Crossfit en Palma de Mallorca y era la persona más en forma que conocía, le conté lo que había pasado y seguí sus indicaciones a rajatabla. Comencé a ir al gimnasio, a cocinar en casa, y en unos meses perdí todos los kilos de más que había ido acumulando.
Desde entonces el ejercicio se ha convertido en uno de los pilares de mi vida. Llevo haciendo deporte todas las semanas durante más de 7 años, y seguiré haciéndolo hasta el día en que me muera.
Cuando fuiste imparable
Me apuesto contigo lo que quieras a que detrás de todos los grandes cambios que has hecho en tu vida; detrás de todos esos momentos en los que has luchado con uñas y dientes por un objetivo y no te ha importado pagar el precio fuese el que fuese, hay algún tipo de incidente o descubrimiento.
Puede que romper con tu pareja después de varios años juntos te animase a ir al gimnasio, apuntarte a clases de baile o a hacer ese viaje con el que llevabas tiempo soñando.
O que perder tu empleo fuese el desencadenante para retomar las clases de inglés y marcharte una temporada a vivir y trabajar al extranjero.
O quizá leíste un libro o un blog que cambió por completo tu visión de la realidad y te llevó a dejar tu trabajo seguro para empezar un negocio online.
Quiero que eches la vista atrás y recuerdes esos momentos en los que eras imparable. Esos momentos en los que salir a correr no te daba pereza, el miedo a viajar solo no era suficiente para detenerte y no necesitabas «estar motivado» para currar 10 horas al día en tu negocio. Esos momentos en los que lo imparable crecía dentro de ti con más fuerza que nunca.
¿Por qué te resultaba tan sencillo actuar? ¿De dónde salían esa fuerza y esa determinación? Y lo más importante de todo: ¿cómo podrías recuperarlas a tu antojo?
Justamente eso es lo que te voy a contar a continuación.
Tu panel de control
Piensa por un momento en la central nuclear de los Simpson.
Es un sistema complejo con muchos componentes interactuando entre sí, y cuenta con distintos sensores que monitorizan esos componentes para comprobar que están funcionando bien en todo momento.
Los sensores están conectados a un panel de control gigante lleno de botones, gráficas e indicadores, y si cualquier métrica se sale de sus valores habituales se enciende una luz roja que informa de que hay un problema.
Cuando ese ocurre, Homer se encarga de aporrear todos los botones como un loco avisar al departamento adecuado para que los técnicos revisen el problema y todo vuelva a la normalidad.
Pues bien, aunque no lo creas, los seres humanos funcionamos de una manera muy parecida.
Todos tenemos una serie de reglas –conscientes e inconscientes– que determinan lo que consideramos aceptable en las distintas áreas de nuestra vida, y estamos continuamente analizando nuestra situación y comprobando que se encuentra dentro de los niveles válidos. Mientras todo esté en su sitio no movemos un dedo, pero si descubrimos que algo va mal y se ha salido de lo permitido se nos «enciende la luz roja» y entramos en modo El Imparable hasta que hemos restablecido el orden y todo está de nuevo bajo control.
Esto explica por qué tanta gente se apunta al gimnasio o empieza una dieta cuando se quedan solteros. En su cabeza está permitido tener unos kilitos de más si tienes pareja, pero si estás en el mercado y tienes que ligar toca ponerse en forma, así que en cuanto su situación sentimental cambia se ponen las pilas. Luego, en la mayoría de los casos, una vez que encuentran otro novio o novia retoman su comportamiento habitual.
Los 3 factores que controlan tu comportamiento
Teniendo en cuenta todo lo anterior, podemos distinguir tres factores que controlan tu comportamiento:
- Niveles de referencia. Tus reglas o creencias sobre lo que es aceptable en tu vida. Por ejemplo, «estoy cómodo si mi sensación térmica está entre 20 y 30 grados» o «un empleo de 8 a 6 con un sueldo de más de 800€ al mes es un privilegio».
- Métricas. Las mediciones que tomas continuamente para determinar si has violado alguno de los niveles de referencia. Por ejemplo, tu sensación térmica o tus condiciones laborales en un momento determinado.
- Acciones. Lo que haces para restablecer una métrica que ha violado un nivel de referencia. Por ejemplo, ponerte un abrigo si estás a menos de 20 grados o empezar a buscar trabajo si tu jefe te baja el sueldo a 700€.
Eso quiere decir que, si quieres cambiar algo (actuar), lo que realmente necesitas hacer es modificar tus niveles de referencia (las situaciones que consideras aceptables en tu vida) o tus métricas (tus percepciones sobre el mundo o la situación en que te encuentras).
Veamos en detalle 3 maneras diferentes de hacerlo.
1. Toma mejores métricas
Muchas veces violamos nuestros niveles de referencia pero no nos damos cuenta porque los «sensores» que toman las métricas están dañados o directamente no existen. Como no sabemos que hay un problema, tampoco hacemos nada para solucionarlo.
Esta situación es más común de lo que parece, y se da en muchas áreas de tu vida:
- Finanzas personales. No consideras aceptable el gastarte 2.000€ al año en ropa, pero como no tienes claro a dónde va tu dinero crees que estás gastando menos y sigues haciéndolo.
- Nutrición. Nunca se te pasaría por la cabeza pedirte un batido de 2.000 calorías, el equivalente a tres comidas completas, pero como no sabes que las tiene continúas dándote el capricho todos los domingos.
- Ejercicio. No estarías un día entero sin apenas caminar, pero como trabajas delante del ordenador a veces te ocurre.
Afortunadamente, la solución a esta «ceguera» es sencilla: mejorar la fiabilidad de las métricas que ya tomas o empezar a tomar las métricas necesarias si todavía no lo haces.
En mi caso, he mejorado mucho mi falta de actividad física ocasional después de comprarme un Fitbit, una especie de reloj que me dice –entre otras cosas– cuántos pasos he caminado al día. Si después de cenar veo que apenas he andado 1.000 pasos, salgo a la calle y no vuelvo a casa hasta completar los 10.000 recomendados.
Cuando Peter Ducker afirmó que «lo que se mide se mejora» llevaba razón, y ahora sabes por qué.
2. Modifica tu entorno
Tu entorno tiene un gran impacto sobre tus métricas porque muchas dependen de él.
Por ejemplo, piensa en la sensación térmica. Si quieres obligarte a ponerte un abrigo, sólo tienes que ir al Polo Sur y automáticamente tu prioridad #1 pasará a ser conseguir un buen chaquetón.
Obviamente hacer algo así no tendría ningún sentido, así que veamos otro ejemplo más útil.
Imagínate que uno de tus objetivos este año es conocer gente nueva. Aunque tengas la mejor de las intenciones, posiblemente en tu ciudad no lo hagas. Como allí ya tienes buenos colegas no sientes la necesidad de hacer nuevas amistades, y siempre encontrarás una buena excusa para dejarlo para mañana.
Pero… ¿qué pasaría si te mudases a una ciudad en la que no conoces a nadie? Ahí la métrica número de amigos pasaría de «unos cuantos» a «cero patatero», lo cual violaría uno de tus niveles de referencia (salvo que consideres no tener amigos algo aceptable, claro). Eso haría que se encendiesen las alarmas y te pusieses a conocer gente sea como sea, a pesar de tu timidez y tus miedos.
Además de afectar a tus métricas, el entorno en el que te encuentres también influye en tus niveles de referencia. Y el ejemplo más claro es tu círculo social.
Como norma general, vas a tender a ajustar tus niveles de referencia a los de las personas que te rodean, para bien y para mal:
- Si consideras aceptable el no hacer ejercicio pero todos tus amigos son súper deportistas, pronto empezarás a sentir que pasarse el día sentado está mal y harás algo al respecto.
- Si consideras aceptable el tener un empleo pero sólo te juntas con emprendedores, no tardarás en sentir el gusanillo de montar algo por tu cuenta.
- Si consideras que beber es perjudicial pero tus colegas se ponen ciegos todas las semanas, hay muchas posibilidades de que acabes pensando que «una copita de vez en cuando tampoco es tan mala» y te unas a ellos.
Por último, tu entorno también determina la manera en la que actúas.
Cuando una de tus métricas viola un nivel de referencia, suelen existir distintas acciones que puedes tomar para que vuelva a la normalidad, y éstas dependen de tu entorno.
Imagina, por ejemplo, que te entra un hambre voraz pero en tu casa sólo hay manzanas y naranjas. ¿Qué vas a hacer? Pues comer fruta. Sin embargo, imagínate que sólo tienes Oreos. En ese caso lo que harás será zamparte unas cuantas galletas (incluso si estás a dieta).
En resumen: recuerda siempre que tu entorno tiene un impacto inmenso en tu comportamiento. Si quieres cambiar algún aspecto de tu vida, empieza siempre por crear el entorno correcto.
3. Cambia tus creencias sobre el mundo
Mucha gente se pasa toda la vida en una situación que les hace infelices porque piensan que no existen mejores alternativas a su alcance. Ajustan sus niveles de referencia a lo que creen que es cierto, correcto o posible, y como sus métricas están siempre bajo control no sienten la necesidad de actuar.
Esto es justamente lo que me pasó a mi cuando trabajaba en Microsoft. Quería tener más libertad y más tiempo para viajar, pero como me habían dicho que eso eran sueños inalcanzables y que lo normal era tener un empleo de 8 a 6 nunca pasé a la acción.
La cosa cambió cuando leí «La semana laboral de 4 horas». Tim Ferris me mostró que existía otro camino y que había muchas personas que ya lo estaban recorriendo, y mis niveles de referencia volaron por los aires.
De pronto ya no era aceptable el pasarme toda la vida encerrado en una oficina cuando sabía que podía viajar varios meses al año y ser libre, así que me puse a trabajar para conseguirlo con una claridad y una pasión que no había sentido nunca.
Como ves, un simple cambio de creencias puede desencadenar grandes acciones. Por eso considero tan importante leer, viajar y probar cosas nuevas; porque todas estas actividades tienen un gran potencial de reajustar tus niveles de referencia (a mejor).
Lamentablemente, saber que algo es posible o que funciona de una cierta manera no siempre es suficiente para cambiar nuestras creencias. Si lo fuese ningún médico fumaría.
A veces contamos con la información correcta, pero no nos afecta porque no acabamos de creérnosla o simplemente porque pensamos que «eso no va con nosotros». En ese caso, para que ocurra la transformación necesitamos vivir la experiencia en primera persona o conocer a otra persona que ya la esté viviendo.
Sobre esto último, Rich Schefren explicaba en una conferencia de marketing en la que estuve recientemente que existen 3 tipos de maneras de convencer a la gente de que compre tus cursos:
- Demostrar que puedes hacer lo que enseñas
- Demostrar que puedes enseñar lo que haces
- Demostrar que puedes enseñar lo que haces a alguien que el posible comprador considere más tonto que él mismo
Este último punto suele funcionar de maravilla para modificar tus niveles de referencia. Nada como ver a alguien que tu veas más feo, torpe o gordo que tú consiguiendo algo que tú quieres conseguir. Es el famoso «¡si ese ha podido yo también!».
Así que ya sabes: lee libros, conoce otras culturas, habla con gente interesante y prueba cosas nuevas, y cuando creas que algo es imposible o que tú no puedes hacerlo busca a otra persona (a ser posible más desfavorecida que tú) que ya lo haya logrado.
Una advertencia importante
Ahora que ya conoces los factores que controlan tu comportamiento y las distintas formas de cambiarlos, quiero advertirte de una situación muy común que hace que millones de personas sean infelices toda su vida y nunca hagan nada por solucionarlo.
Yo lo llamo el punto de inacción, y se produce cuando estás jodido pero no lo suficientemente jodido como para actuar.
Me refiero a cosas como…
- Ese empleo que odias, pero que te da para pagar las facturas e ir tirando
- Ese pareja que ni fú ni fá, pero que es mejor que estar solo
- Ese negocio que no acaba de funcionar, pero tampoco acaba de morir y no deja de darte dolores de cabeza
Es muy difícil de salir de este tipo de situaciones porque, aunque no estás bien, el dolor todavía es tolerable, y como tus métricas se encuentran dentro de los niveles de referencia nunca decides tomar cartas sobre el asunto.
En este sentido, suele ser mejor que todo explote –aunque no sea fácil al principio– que aguantar años y años de sufrimiento en silencio.
Si te encuentras en un punto de inacción, identifícalo y tira de coraje para tomar las acciones necesarias para salir de él, porque tu sistema interno no se va a encargar de ello.
¡Nunca aceptes el «más vale malo conocido que bueno por conocer»!
Conclusión: cómo volverse imparable
En este artículo he intentado demostrarte que tu comportamiento depende de dos factores: tus métricas y tus niveles de referencia.
Por eso, si quieres cambiar algo en tu vida, lo que realmente necesitas hacer no es ir a contracorriente y obsesionarte con reunir más motivación y fuerza de voluntad, sino cambiar esas métricas y esos niveles de referencia.
Ahora mismo estás justo donde quieres estar. Puede que desees otras cosas, pero como no consideras que haya nada fuera de control en tu vida prefieres ahorrar energía y no hacer nada al respecto.
Será cuando sientas que algo realmente no funciona, que algo no es tolerable, cuando empezarás a actuar.
Y entonces te volverás imparable.
###
¿Te ha ayudado este post a comprender alguna situación de tu vida? ¿Cómo piensas poner en práctica el modelo métricas-niveles de referencia para conseguir algún cambio concreto? ¡Cuéntamelo en los comentarios!
Foto: Sala de control moderna