Tenía el pelo largo y vestía traje blanco con zapatos blancos. Estaba dándolo todo en la pista de baile, y de vez en cuando se acercaba a una de las mesas a sacar a algún amigo para que le acompañase. “Se llama Simon y es un capo de la mafia en Hong Kong” me dijo Cindy, mi anfitriona de CouchSurfing. “Le quieren mucho por aquí, ya verás por qué.”
Estábamos en China Rouge, un club privado del casino Galaxy al que sólo pueden entrar aquellos privilegiados que pueden permitirse la cuota anual de más de 1000 euros. La banda estaba tocando temas de los 80, y por los altavoces sonaba Daddy Cool, el clásico de Boney M. En el escenario, tres bailarines con pelucas afro se movían al ritmo de la música. Cuando acabó la melodía, el cantante principal le ofreció la mano a Simon para que subiese. En medio de una gran ovación, agarró el micrófono y empezó a cantar.
No sólo tenía buena voz, sino que se sentía muy cómodo actuando. De vez en cuando señalaba a gente del público, como dedicándoles la siguiente estrofa de la canción, y éstos le respondían con aplausos y gritos de admiración. Era el amo del lugar y tenía al público encandilado. Entonces, sin avisar, empezó a sacar billetes del bolsillo y a repartirlos entre los miembros de la banda, que todavía seguían en el escenario. “Son billetes de 100 euros” me explicó Cindy. Todavía con la boca abierta, sólo fui capaz de responderle tres palabras: WHAT – THE – FUCK.
El proyecto CouchSurfing
Durante los tres meses que llevo viajando, me he estado alojando exclusivamente en albergues. Me gustan porque son baratos (menos de 3 euros por noche en Chiang Mai), tienen buen ambiente y son perfectos para conocer gente. Sin embargo, después de mi experiencia tras vivir en Macao 5 días, me arrepiento de no haber usado más CouchSurfing.
Para los que no lo conozcáis, CouchSurfing es una red social de viajeros. Puedes registrarte como anfitrión y ofrecer tu casa para alojar a otras personas, o puedes ver la lista de anfitriones en cualquier ciudad del mundo y pedirles que te alojen a ti. Lo mejor de todo es que es totalmente gratis: no tienes que pagar por registrarte ni por quedarte en casa de nadie.
La principal ventaja que tiene CouchSurfing frente a un albergue es que te permite conocer a gente autóctona, en vez de sólo a viajeros. Si tu anfitrión es majo, te enseñará su ciudad, te llevará a sus restaurantes favoritos y te sacará de fiesta con sus amigos. Eso hará que tu experiencia en ese sitio sea mucho más real que si te hubieses juntado con otros turistas. Por desgracia, yo me había olvidado de este último punto… hasta ahora.
Los 5 días que he pasado en Macao me he quedado en casa de Cinderella (Cenicienta en inglés), aunque ella prefiere que la llamen Cindy. Cindy es una chica encantadora de 28 años que, además de ser profesora de piano, es la cofundadora de macaoclubbing.com, una web con información actualizada sobre los próximos eventos que van a tener lugar en las discotecas de la ciudad. Su socio se encarga de la parte técnica, y ella es la que habla con los dueños de las discotecas y actualiza el contenido de la página. Como te puedes imaginar, gracias a trabajar en Macao en el mundo de los eventos conoce a TODO el mundo en los casinos, y eso ha sido clave para que mi paso por “el Las Vegas asiático” haya sido tan especial.
Sobre el país
Macao es una de las dos regiones administrativas especiales de China. Eso quiere decir que es una especie de país independiente, con policía, moneda (la “pataca”), política de inmigración y sistema legal propios, pero que ha cedido a China las funciones de defensa y relaciones internacionales. Está situada en la parte suroeste del país, a sólo una hora en ferry de Hong Kong, y tiene una población de unos 560.000 habitantes.
Hasta 1999, Macao fue colonia portuguesa. A pesar de que ahora está llena de chinos que no hablan ni pizca de portugués (el 95%), absolutamente todo está traducido, desde los carteles hasta el nombre de las paradas de autobús. El país en sí también tiene aspecto chino, con las típicas calles llenas de gente y carteles luminosos, pero todavía hay barrios y plazas de estilo luso. Esa combinación hace que Macao parezca una ciudad portuguesa que ha sido invadida por los chinos.
Pero sin duda, lo más característico de Macao son sus casinos. En el 2002, el gobierno decidió acabar con el monopolio que existía en la industria del juego y varios magnates de Las Vegas invirtieron en el país. Hoy en día, 16 casinos operan en Macao y hay varios más en construcción. Algunos de ellos son verdaderamente IMPRESIONANTES, con miles de habitaciones e incluso centros comerciales dentro del hotel. Mis favoritos: el Venetian, que es el sexto edificio más extenso del mundo, y el MGM, cuya decoración interior me fascinó y me hizo sentir en un cuento de fantasía. La cantidad de dinero que mueven las apuestas en Macao es incluso mayor que la de Las Vegas.
La llegada de los nuevos casinos ha supuesto un enorme estímulo para la economía de Macao, que está basada principalmente en el juego, el turismo y el sector hotelero. La ciudad está creciendo a toda velocidad, y se pueden ver obras por todas partes. Para que te hagas una idea, están creando una isla artificial en medio del mar para tener más suelo donde edificar y volando con dinamita una montaña para construir más bloques de apartamentos. El precio de la vivienda se ha multiplicado por cinco en los últimos cuatro años, así que si estás pensando en invertir ya sabes cuál es el lugar.
Además de casinos, Macao tiene dos osos panda donados por China y una parte antigua de estilo portugués que en el 2005 fue declarada patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Las egg tarts –hojaldre con una especie de flan dentro– que venden en las pastelerías portuguesas son realmente deliciosas.
Cinco días de recuerdos inolvidables
Siempre he dicho que, al final, lo único que nos queda son los recuerdos. Afortunadamente, yo me llevo muchos y muy buenos de mi paso por Macao o “Las Vegas de Asia” como empiezan a llamarlo ya.
Recuerdo darme cuenta que ya no estaba en Tailandia cuando, justo después de aterrizar, intenté cruzar inmigración y el oficial chino me devolvió el pasaporte junto con el formulario que me faltaba por rellenar y me señaló el final de la fila sin mirarme a la cara ni decirme una palabra, como pensando “fuera de mi vista, chaval.”
Recuerdo pasarme 5 minutos explicándole al taxista, que no entendía una palabra de inglés, donde me tenía que llevar.
Recuerdo llegar a mi destino, tocar el timbre y que nadie respondiese.
Recuerdo estar a las 9 de la noche en el centro de Macao, rodeado de luces brillantes y chinos que no saben hablar inglés, sin wifi y sin teléfono, incapaz de contactar con mi anfitriona.
Recuerdo pensar que, si viajar fuese un videojuego, el sudeste asiático sería dificultad fácil y Macao dificultad intermedia.
Recuerdo pensar que mi próximo destino, China, iba a ser dificultad avanzada.
Recuerdo encontrar por fin el piso correcto y, aliviado, darle un fuerte abrazo a Cindy nada más abrirme la puerta.
Recuerdo brindar con Cindy y su amiga Sandy en el bar del Hard Rock mientras disfrutábamos de la música rock en vivo.
Recuerdo recorrer los pasillos del China Rouge siguiendo al chino musculoso de la entrada y quedarme atrás porque no podía evitar pararme a contemplar los impresionantes jarrones y dragones chinos que decoraban las paredes.
Recuerdo llegar a la sala principal y pensar que nunca en mi vida había estado en un sitio con tanta clase.
Recuerdo que detrás del bar había una cristalera gigante con una escena de guerreros chinos que parecía sacada del Dynasty Warriors.
Recuerdo a Cindy explicándome que ese hombre de la mesa era un político y que aquel era un empresario millonario.
Recuerdo a Fu Fu, la camarera taiwanesa de pelo corto y peinado atrevido, sirviéndome un coctel decorado con un trozo de piña y diciéndome que tenía una sonrisa muy bonita.
Recuerdo al gran Simon, con su traje blanco, cantando canciones de amor y repartiendo felicidad a su alrededor en forma de billetes.
Recuerdo sentarme en la misma mesa que miss Hong Kong, invitados por su marido, y hablar con un hombre de negocios con gafas y alguna copa de más.
Recuerdo a mi nuevo amigo diciéndome que “ojalá fuese joven como tú”.
Recuerdo a Alvin, otro de los camareros, enseñándome la botella de Blue Label y preguntándome que si ese whisky era mi agrado.
Recuerdo hablar en la barra con el bajista de la banda y con la pareja de equilibristas ucranianos cuando el local estaba a punto de cerrar.
Recuerdo despedirme de los camareros como si fuesen amigos de toda la vida y marcharme del China Rouge sin pagar un céntimo.
Recuerdo a Cindy en la puerta de Cubic, la discoteca más grande de Macao, haciendo llamadas para que no tuviésemos que pagar los 25 euros que costaba la entrada.
Recuerdo bailar toda la noche al ritmo de Omnia, el DJ invitado, y pensar que, si tienes mucho dinero o conoces a la gente adecuada, Macao es la ostia.
Recuerdo volver a casa hablando de fútbol con unos ingleses que acababa de conocer.
Recuerdo meterme en la cama pensando que por fin entendía por qué a Guti le gustaba tanto salir de fiesta.
Recuerdo pasear con Sherry, mi guía personal, por la parte antigua de Macao y pararnos en todas las tiendas a probar las distintas galletas tradicionales.
Recuerdo al señor con bigote del puesto de helados turcos dándole la vuelta al cucurucho antes de dárselo al comprador para demostrar que sus helados son tan compactos que no se caen.
Recuerdo echarme la siesta en la arena negra de la playa de Hac Sa, solo acompañado por el sonido de las olas del mar.
Recuerdo cenar coquinas, bacalao a la dorada y pan con mantequilla en un restaurante portugués.
Recuerdo pensar en lo bueno que está el pan y la cocina de la península.
Recuerdo beber un Glenlivet de 12 años en el último piso de la torre AIA, con vistas de todo Macao.
Recuerdo entrar al majestuoso lobby principal del casino MGM y sentirme como en un cuento de hadas.
Recuerdo a la banda del Lions Bar tocando temazo tras temazo, y sentir como poco a poco me iba viniendo arriba.
Recuerdo como la cantante cubana de pelo rizado me invitó a subir al escenario a bailar con ellos.
Recuerdo pensar que como todas las noches en Macao fuesen así iba a tener que mudarme a esa ciudad.
Recuerdo probar por primera vez “la bebida definitiva”: café con leche y con té.
Recuerdo sentirme tan emocionado por el descubrimiento que acabé preguntándole al señor del restaurante por cómo hacían la bebida.
Recuerdo ver los pandas y pensar que realmente no son osos, sino personas con trajes de oso.
Recuerdo pasear por las calles estrechas de Coloane, una de las dos islas de Macao, y pararme a observar a los trabajadores construyendo barcos en los astilleros.
Recuerdo el intenso olor del pescado seco colgado en la puerta de las tiendas de alimentación.
Recuerdo comer pinchos morunos y mantequilla de ajo en la barbacoa del cumpleaños de Jeff, un estudiante de intercambio coreano que conocí el primer día.
Recuerdo conocer a Martin, un holandés que tiene una página web en la que publica flash-fiction: relatos de ficción de menos de 1500 palabras.
Recuerdo hablar con él sobre cómo la publicación de libros para Kindle es el futuro.
Recuerdo pasear por el Venetian, el casino más grande de Macao, con sus auténticas calles italianas y sus techos pintados de cielo y nubes.
Recuerdo beber vodka caro cortesía de los amigos millonarios de Cindy en una mesa del Bellini.
Recuerdo pensar que era la primera vez que probaba un vodka que no sabía a colonia y que se podía beber solo.
Recuerdo a las camareras, ligeras de ropa, trayéndole varias botellas de champagne francés al dueño del hotel Four Seasons.
Recuerdo al tipo acercándose a saludar a Cindy e invitándonos a una copa de champagne con fresas.
Recuerdo nuestra conversación profunda de varias horas, en la que hablamos del amor, la vida y la muerte, y que acabó con las lágrimas de Cindy recordando la muerte de su madre.
Recuerdo reflexionando sobre lo afortunado que soy por tener una familia sana y maravillosa.
Recuerdo mi última mañana en Macao, desayunando un sándwich especial en el famoso Café Nam Ping.
Recuerdo despedirme de Cindy y no poder parar de darle las gracias por haberme tratado tan bien esos días.
Recuerdo montarme en el ferry rumbo a Hong Kong pensando en lo mucho que me aporta viajar y en cómo, a veces, cinco días pueden dar más de sí que todo un año.
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La foto principal es la magnífica actuación de Simon en el China Rouge. Estaba tan alucinado por lo que estaba viviendo esa noche que se me olvidó echar más fotos de ese local y más tarde de la discoteca Cubic.
Llevo desde el miércoles en Hong Kong. Me parece una ciudad única, al nivel de Nueva York. Aunque tenía pensado marcharme hoy rumbo a China, me voy a quedar unos días más porque aquí también hay mucha tela que cortar 🙂