– Ángel, de verdad que no me quiero meter en tu vida privada, pero… ¿seguro que no le ha pasado nada grave a alguien de tu familia?
Era la tercera vez que mi jefe me hacía la misma pregunta en los últimos 5 minutos. Le acababa de decir que iba a dejar mi trabajo para irme a viajar por el mundo y no era capaz de comprender que mi decisión fuese meramente personal. En su realidad eso no tenía ningún sentido, así que estaba convencido de que existía algún desencadenante —como un problema familiar o que me novia me hubiese dejado— que había causado que se me cruzasen los cables y de pronto quisiese dejar Microsoft. Sin embargo, no era el caso. Había sido una decisión muy meditada y llevaba varios meses preparándome para ese día: quería vivir viajando.
En busca de la pasión perdida
Mis primeros dos años en Seattle no fueron nada fáciles. Acababa de llegar a una nueva ciudad en la que no conocía a nadie, había empezado mi primer empleo y mi condición física dejaba mucho que desear. Por eso, durante esa época, me centré exclusivamente en aclimatarme a mi nuevo entorno, hacer amigos y establecer unos hábitos saludables. En cuanto al trabajo, mientras me proporcionase el dinero necesario para vivir y no me hiciese infeliz, era algo totalmente secundario.
No fue hasta después de esos dos años, cuando por fin había logrado cubrir mis necesidades más básicas, que empecé a preocuparme sobre mi auto-realización.
¿Cómo me sentía respecto a mi trabajo? ¿Realmente me apasionaba lo que estaba haciendo y era algo que me gustaría hacer el resto de mi vida?
El adjetivo que mejor definía mi situación era cómodo. Tenía unas condiciones laborales inmejorables, estaba muy contento con mi jefe y mis compañeros, y había llegado al punto en el que sabía hacer lo suficientemente bien mis tareas diarias como para terminarlas en menos de 8 horas sin tener que esforzarme mucho. El problema era que faltaba pasión.
¿Ha habido algún momento de tu vida en el que estabas tan emocionado por un proyecto que toda tu vida giraba a su alrededor?
Estoy hablando de ese proyecto que te gustaba tanto que te levantabas pensando en él, te acostabas pensando en él y cuando estabas trabajando en él el tiempo se iba volando.
Ese proyecto que te hacía aguantar las ganas de ir al baño durante horas porque no eras capaz de despegarte de él.
Ese proyecto en el que te ponías a trabajar y de pronto te dabas cuenta de que llevabas 6 horas sin comer y te estabas muriendo de hambre.
Ese proyecto en el que involucrabas tan profundamente que parecía que entrabas en una especie de burbuja en la que todo lo demás no tenía importancia.
¿Sabes a qué me refiero, verdad? Pues justo eso es lo que echaba de menos.
Una vida dividida
Para mí, el trabajo era una especie de compromiso inevitable que tenía que quitarme de en medio cuanto antes para poder hacer las cosas que de verdad quería hacer —escribir, trabajar en la página de los ebooks o quedar con mis amigos.
Mis días tenían dos partes: una en la que estaba en la oficina por obligación, y el resto del día en el por fin podía vivir. Todos los minutos que le añadía a una parte se los tenía que quitar a la otra y viceversa, por lo que mi objetivo desde que salía de la cama era intentar reducir la primera parte lo máximo posible para que así la segunda fuese más larga.
El ver el tiempo de esta manera hacía que valorase mucho los fines de semana, ya que eran los dos únicos días en los que podía hacer lo que quería desde que me levantaba hasta que me acostaba. Lo que pasaba es que como durante los días de diario nunca tenía suficiente tiempo para hacer todo lo que quería hacer, acababa posponiendo muchas tareas para el sábado o el domingo. Al final, tenía tantas cosas que hacer el fin de semana que cuando alguien me proponía algún plan o me invitaba a hacer algo me era difícil decir que sí porque temía quedarme sin tiempo para mis cosas.
No es agradable vivir así, con los días fragmentados y la sensación de que el tiempo siempre va por delante y hagas lo que hagas nunca le puedes alcanzar. Sin embargo, es difícil darse cuenta de lo que está pasando si llevas viviendo así mucho tiempo, te han enseñado que es “lo normal” y toda la gente a tu alrededor hace lo mismo.
Por fortuna, libros como La jornada laboral de 4 horas y blogs como los de Rafael Fernández, Javier Malonda o Chris Guillebeau me hicieron ver que existían otras opciones, otros modelos de vida, y me empujaron a actuar.
Tomar la decisión
Decidí dejar mi trabajo cuando me di cuenta de que no quería pasar mis años de juventud metido de lunes a viernes, 8 horas al día, en una oficina sin ventanas haciendo rico a un tipo que no sabía de mi existencia. Quería un trabajo más flexible, en el que pudiese elegir en qué trabajar y con quién, y en el que los frutos de mi esfuerzo fuesen para mí. Quería ser mi propio jefe y crear algo por mí mismo. Quería ser libre.
El problema es que no había ningún proyecto que me llamase tanto como para querer dejarme la piel en él, así que pensé en todas las cosas a las que había tenido que renunciar por mi trabajo y llegué a la conclusión de que lo que más había echado de menos era el tener más tiempo para viajar. Me daban sólo 3 semanas de vacaciones al año que utilizaba para visitar a mi familia y para ir a algún país nuevo, pero había tantos sitios increíbles por conocer que con ese tiempo no tenía ni para empezar. A eso le sumé el gusanillo que tenía por viajar yo solo, que era algo que no había hecho nunca y llevaba tiempo queriendo probar, y ¡BINGO! ya tenía un plan:
Quiero viajar solo por el mundo durante un tiempo indefinido mientras decida qué es lo próximo en lo que quiero trabajar.
En el pasado, viajar siempre me había ayudado en mis épocas de transición. Sabía que el cambiar por completo de entorno y exponerme a una gran cantidad de personas interesantes y experiencias diferentes iba a acelerar mucho mi crecimiento personal y el proceso de encontrar nuevas pasiones y objetivos, y además era algo que me encantaba, así que llegué a la conclusión de que era lo mejor que podía hacer.
A los ojos de algunos, mi decisión parecía una locura, pero yo estaba muy tranquilo y dentro de mí algo me decía que todo saldría bien.
4 meses después
Han pasado casi cuatro meses desde que dejé Microsoft y sé que tomé la decisión correcta. Si tuviese que explicar las diferencias entre cómo me sentía antes y cómo me siento ahora, lo resumiría con esta frase:
“Antes, mi vida empezaba cuando salía del trabajo; ahora, vivo todo el día”
Sí, es cierto que ahora gano mucho menos dinero, no tengo coche y puede que incluso “trabaje” más, pero me siento libre y dueño de mi vida, y para mí eso no tiene precio. Ahora todo lo que hago lo hago porque quiero, no porque alguien me lo mande y el resultado de mi trabajo es para mí, no para otro. Además, no he necesitado buscar trabajos para viajar por el mundo, ya que poco a poco estoy creando mi propio trabajo.
Sigo sin tener un objetivo claro, sin tener un proyecto en el que me gustaría dejarme el alma, pero no me preocupa. Me siento relajado, tranquilo y en paz conmigo mismo, quizá más de lo que nunca lo he estado en toda mi vida. Sé que, si sigo creando, aprendiendo y compartiendo con los demás, al final todo saldrá bien y las piezas del puzle encajarán. Como dijo Steve Jobs en su famoso discurso en la universidad de Stanford:
“No puedes conectar los puntos mirando hacia adelante; solo puedes hacerlo mirando hacia atrás. Por eso tienes que confiar en que los puntos se conectarán de alguna forma en el futuro. Tienes que confiar en algo: tu instinto, el destino, la vida, el karma, lo que sea. Porque creer que los puntos se conectarán a lo largo del camino es lo que te dará la confianza de seguir a tu corazón, incluso cuando te conduzca fuera del camino trillado… y eso es lo que marcará la diferencia.”
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La foto es de Karen Village, un pueblecito muy pobre de las montañas de Chiang Mai. Sus habitantes hablan un dialecto diferente al tailandés y viven en casas de madera sin electricidad. Cerdos, perros y gallinas pasean por las calles como si fuese lo más normal del mundo. Aún así, todo el mundo parece tremendamente feliz.
Hoy dejo Chiang Mai rumbo a Bangkok para encontrarme con mi gran amigo Marco, que viene a visitarme durante un mes. Nuestra primera parada es la isla de Koh Tao, donde esperamos sacarnos nuestra licencia de submarinismo.