– «Nunca he vivido más de dos años en el mismo sitio» –me dice.
– «¿Nunca? ¿Ni cuando eras un bebé?» –le pregunto.
– «Nunca.»
Se llama Calin y es mitad rumano, mitad americano. Nos conocimos por casualidad en Bird's Nest, mi cafetería favorita de Chiang Mai.
«Mis padres viajan continuamente por su trabajo» me cuenta. «Son bahaitas, y van de ciudad en ciudad dando a conocer su religión. Cuando me hice mayor ya estaba acostumbrado a ese estilo de vida, así que seguí viajando por mi cuenta.»
Intento imaginarme por un momento la vida de este chico. El tener que dejarlo todo atrás y empezar de cero una y otra vez. «De pequeño no sentía apego. Claro que me daba pena separarme de mis amigos, pero en cuanto llegaba a la nueva ciudad todo era tan diferente que me olvidaba de lo anterior,» me explica. «Según me fui haciendo mayor, me empezó a costar más cambiar de país. Cuando estaba a gusto en un sitio no quería irme de allí.» Le digo que, viviendo de esa manera, debe ser muy bueno haciendo amigos. «¡Y despidiéndome de ellos!,» añade él.
Le pido que me cuente alguna historia de aquellos años. Sonríe y empieza a hablar. «El primer día de clase en Temuco, todos los alumnos del colegio nos rodearon a mí y a mis hermanas en el patio. Fue como en las películas, cuando los habitantes del pueblo salen de sus casas con antorchas y rodean al malhechor. Esos niños nunca habían visto a alguien rubio con ojos azules, y no dejaban de tocarnos y decirnos cosas que no entendíamos.» En aquel momento, Calin no sabía español. Ahora, es uno de los idiomas que domina junto con el rumano, el inglés, el chino, el japonés o el tailandés, entre otros.
Cambio de tema. Quiero saber a qué se dedica, cómo puede costearse todos esos viajes. «Toco el piano. Soy uno de esos niños prodigio» me dice riéndose. «Un día mi madre tenía que ir a hacer unos recados y justo antes de salir de casa había estado tocando una sonata de Mozart. Cuando estaba abriendo la puerta, empezó a escuchar esa misma canción. En un primer momento pensó que era la radio, pero cuando entró al salón me encontró a mí sentado frente al piano con sólo 3 años. ¡Hasta pasaba las páginas de la partitura de vez en cuando cómo si la estuviese leyendo!»
Calin fue un niño prodigio de estos que salen por la tele. No pudo entrar al conservatorio hasta los 6 años, la edad mínima, y empezó a aprender con los mismos libros que el resto de estudiantes. «Nunca practicaba para las clases ni prestaba atención a las explicaciones del profesor» me cuenta. «Cuando me pedía que tocase la obra que estábamos estudiando en ese momento, le pedía que la tocase él primero y, sólo con oírle, ya era capaz de tocarla a la perfección. El profesor se quedaba impresionado y me decía ‘Muy bien Calin, se nota que esta semana has practicado mucho.'»
A los 7 años salió por primera vez en televisión bajo la figura del niño pianista y a lo largo de su juventud dio multitud de conciertos e incluso apareció en la National Public Radio (NPR), una de las radios más prestigiosas de Estados Unidos. También tuvo su propia academia de piano, en la que sus alumnos estudiaban con obras compuestas por él. «Si veía que a uno de los chicos le costaba aprender algo, escribía rápidamente una canción diseñada para que practicase esa técnica concreta.»
Después de un tiempo viviendo la vida de artista, Calin decidió voluntariamente apartarse de los escenarios. No encontrarás en Internet ningún vídeo suyo porque no existen. Ahora se gana la vida enseñando, componiendo o tocando en pequeños locales. «Trabajo lo mínimo necesario para vivir cómodamente» me dice.
Siempre me había costado entender la diferencia entre un pianista muy bueno y un pianista top. ¿Por qué uno es mejor que otro si el piano es el mismo, la partitura es la misma y sólo hay una manera de tocar un LA? «La partitura es como un mapa que te dibuja un amigo: tiene las calles principales y quizá hasta el nombre de alguna tienda, pero no los árboles o las farolas. Te indica a grandes rasgos cómo puedes ir desde A hasta B, pero todo lo demás (por qué calle vas, a qué velocidad…) lo decides tú» me explica. «Piensa en esta ciudad. Todo el mundo conduce por la izquierda y se para cuándo ve un semáforo en rojo. Eso es la partitura. Todo lo demás depende del músico.»
Cuando le pregunto qué se siente siendo un maestro en algo tan complicado como el piano, no tarda en responder. «El piano es como las artes marciales. Mucha gente cree que cuando consigues el cinturón negro se acaba todo, pero es justamente al revés. El cinturón negro sólo es el principio. Indica que por fin tienes las herramientas necesarias para divertirte de verdad.» Y continúa. «Una vez que consigues dominar una habilidad, es más fácil dominar otras. Tu cerebro aprende a aprender, y empiezas a aplicar los conocimientos de un campo a los demás.»
En estos momentos, Calin está en Chiang Mai preparando su regreso al mundo de la música con un CD y su primer concierto. Su siguiente destino será Corea, donde tiene muchos amigos pianistas. Desde aquí le deseo todo lo mejor y espero que mi caminos se vuelvan a cruzar muy pronto.
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La foto es con Calin en el restaurante indio New Delhi en Chiang Mai.
El viernes envié a los miembros del grupo VIP el borrador del primer resumen junto con una pequeña encuesta para conocer su opinión sobre mi trabajo. Si todavía no la has rellenado, te agradecería MUCHÍSIMO que lo hicieses. Son sólo 9 preguntas y no te llevará más de 5 minutos. ¡Muchas gracias!
Anoche llegué a Macao, una antigua colonia portuguesa situada a una hora de Hong Kong. Aquí las apuestas son legales, y hay un strip lleno de casinos que genera más dinero que el de Las Vegas.