A lo largo de nuestra existencia todos vivimos varios «momentos decisivos» —experiencias que nos impactan profundamente, hasta el punto de definir quiénes somos a día de hoy. Normalmente, estos momentos decisivos vienen acompañados de un período oscuro por el que tenemos que pasar. Suelen ser semanas, meses e incluso años llenos de dudas, dolor, aceptación y cambio, pero acabamos superando todas las dificultades y cuando llegamos al otro lado somos personas diferentes: más fuertes, más maduras.
Últimamente he estado pensando mucho en quién soy y por qué soy así, y me he topado una y otra vez con mis momentos decisivos. En los próximos posts me gustaría compartirlos con vosotros en este blog.
Mi primer amor
Durante mi primer año de carrera empecé una relación a distancia con una chica de Madrid que se llamaba Ana Vera. Nos conocimos con 13 años en un campamento de verano, y nos volvimos a encontrar en otro campamento unos años después. Allí retomamos nuestra amistad y, una visita mía a Madrid y una visita suya a Cáceres después, decidimos que nos gustábamos y nos hicimos novios.
Estábamos muy enamorados. De Ana me gustaba su estilo resuelto con un toque hippie, las pequitas que le salían en la cara cuando le daba el sol y su sonrisa dulce y contagiosa. Hablábamos casi a diario por teléfono o por Messenger, y siempre que había un puente uno de los dos iba en Auto-Res a ver al otro. En uno de esos viajes nos acostamos por primera vez y a partir de ahí se empezaron a torcer las cosas en la relación de Ángel y Ana.
Yo tenía 18 años y las hormonas revolucionadas. No podía pensar en otra cosa que no fuese sexo y, aunque estaba con Ana, la veía menos de un fin de semana al mes. Además, para hacerlo aún más difícil, cuando estábamos juntos nuestras madres no nos dejaban dormir en la misma habitación y teníamos que buscarnos la vida para poder tener unos minutos de intimidad.
Por aquel entonces yo creía que a las mujeres no les gustaba el sexo tanto como a los hombres, sino que era una especie de premio que daban a cambio de amor. Por ese motivo, llegué a la conclusión de que si lo que quería era conseguir mucho sexo tenía que tratar muy bien a Ana, como a una princesa. ¿Y eso en qué consistía? Pues en lo que me habían enseñado las películas de Disney: hacer todo lo que le gustase a ella, aunque eso significase renunciar a mí mismo. Si Ana quería ir a la montaña a replantar pinos, yo cancelaba los planes con mis amigos y me iba a la montaña a replantar pinos; si discutíamos sobre el color de las cebras africana y Ana decía que eran rosas, yo también decía que eran rosas.
Creo que no hace falta que os cuente lo que pasó a continuación. Poco a poco pasé de ser el novio de Ana y a convertirme en su perrito faldero, algo así como una “amiga-criado”. Cuanto más me esforzaba en «tratarla bien», menos sexo recibía, más hormonas revolucionadas tenía, más me frustraba y más ganas le ponía. Entré en un círculo vicioso hasta que por fin, casi 3 años después de haber empezado a salir, me dejó.
Tocar fondo
Cuando Ana me dejó, toqué fondo. Había perdido toda la autoestima y la confianza en mí mismo, y me sentía una mierda. Me levantaba todas las mañanas con una fuerte sensación de vacío en el pecho y sin ganas de hacer nada. Apenas comía porque no tenía apetito, y de pronto mi pícaro nivel 60 o el que España jugase la final de baloncesto de los Juegos Olímpicos me daban totalmente igual. Me pasaba los días tirado en la cama pensando una y otra vez en que nunca encontraría una chica que me quisiese como Ana, llorando con la cabeza en la almohada y durmiendo. Lo único que quería era que el tiempo pasase lo más rápido posible y que fuese ya mañana.
Fueron unas semanas muy duras, pero poco a poco la sensación de vacío fue transformándose en una sensación diferente: una mezcla entre frustración y enfado. Frustración porque no entendía por qué me habían dejado, a pesar de haber hecho las cosas lo mejor que sabía. Yo siempre había sido un buen estudiante, y cuando estudiaba duro sacaba buenas notas. Sin embargo, parecía que por algún motivo las relaciones no funcionaban de la misma manera y que el esfuerzo invertido no era proporcional al resultado. Enfado porque sentía que yo era mucho mejor de lo que le había demostrado a Ana. Ella no había conocido al mejor Ángel, porque si lo hubiese conocido nunca me habría dejado.
En este momento tuve una fuerte necesidad de demostrarle a Ana que se había equivocado. No quería recuperarla, sino simplemente hacerle ver que había metido la pata para así sentirme mejor. Para conseguirlo, decidí centrarme en tres aspectos relacionados con nuestra relación en los que pensaba que podría haber hecho mucho más.
Aprender a conducir
A pesar de tener el carnet desde los 18 años, nunca cogía el coche. Las dos únicas veces que lo había hecho había tenido malas experiencias y le había cogido miedo, así que ya no me atrevía a conducir. Ana siempre me animaba y me decía que tenía que echarle narices, pero como en Cáceres podía vivir perfectamente sin coche me acomodé y nunca hice nada.
Decidí que aprendería a conducir SÍ o SÍ. Fui a la autoescuela, le conté al profesor mi situación y le dije que quería dar unas clases prácticas para recuperar la confianza. Por la mañana daba la clase y por la tarde cogía mi coche. Primero iba sólo por el barrio, para hacerme con los pedales, y luego por zonas cada vez más difíciles. Incluso una tarde estuve durante media practicando aparcamientos en paralelo hasta que me sentí lo suficientemente cómodo. También me prometí que iría a la universidad en coche todos los días y así lo hice. Unas semanas después, sabía conducir perfectamente.
Desarrollar mis pectorales
Ana siempre me decía que estaría más guapo si tuviese algo de pectorales. Yo le respondía que para eso había que ir al gimnasio y que yo pasaba porque «no era bueno para el cuerpo» y además no me gustaba, así que se podía olvidar del tema.
Dejé mis prejuicios sobre los gimnasios a un lado y me apunté al de mi barrio. Le dije al monitor que quería «ponerme fuerte» y me preparó una tabla de hipertrofia. Durante los días siguientes no falté ni una sola vez y lo di todo con las pesas. Al cabo de poco más de un mes ya se podían apreciar los resultados de mi esfuerzo: los pectorales habían crecido y se me notaban con la camiseta puesta.
Sacarme el Advanced Certificate of English
El último año que estuvimos juntos, Ana y su hermana se estaban preparando con un profesor particular para examinarse del Advanced Certificate of English. Yo siempre bromeaba con ella y le decía que ese examen era muy fácil y que si quisiese lo podría aprobar sin estudiar, únicamente haciendo 2 o 3 exámenes de prueba para ver cómo eran. Ana se picaba bastante y me aseguraba que era mucho más difícil de lo que creía y que había que prepararlo bien.
Investigué qué es lo que tenía que hacer para apuntarme al Advanced e ingresé el dinero. Elegí la fecha más cercana para examinarme, sólo dos semanas después. Me descargué tres exámenes de prueba de Internet y me senté a hacerlos por las tardes. Me examiné en Badajoz unos días después y salí bastante contento. Dos meses después me dieron la nota: había aprobado con una B.
Algunas lecciones para el futuro
Cumplir mis objetivos no me hizo recuperar a Ana, pero me sirvió para algo mucho más importante: recuperarme a mí mismo. El ser capaz de establecer unos objetivos claros y trabajar en ellos de forma constante hasta lograrlos me hizo ser consciente de algunas cualidades positivas que ya tenía pero que había olvidado, entre ellas mi gran DETERMINACIÓN. Fue sobre esas virtudes sobre las que empecé a construir un nuevo Ángel, mejor que el anterior.
El que Ana me dejase fue un momento decisivo para mí y, aunque lo pasé realmente mal, a día de hoy no eliminaría esa parte de mi vida por nada del mundo. Cuando pienso en todas las cosas buenas que he tenido la suerte de vivir a raíz de aquello me invade un profundo sentimiento de agradecimiento, y me doy cuenta de que era justo lo que necesitaba en ese momento. Estas son algunas de las lecciones que aprendí y el impacto que han tenido a lo largo de mi vida:
- Durante los últimos meses de relación yo estaba totalmente estancado, bloqueado, en un estado de zugzwang. El que Ana me dejase me obligó a salir de ese estado e hizo que me pusiese las pilas. Tuve que verme soltero para darme cuenta de que necesitaba un cambio en mi vida, y ahí fue cuando decidí irme a estudiar a Estados Unidos. Si no hubiese hecho eso, no habría conseguido un trabajo en Microsoft y mi vida a día de hoy sería completamente diferente.
- De mi experiencia con Ana aprendí una valiosa lección: que las relaciones son cosa de dos, que aunque tu hagas las cosas lo mejor posible la otra persona siempre es libre de decidir y hacer lo que le dé la gana, y que si algo no sale como esperabas NO ES NECESARIAMENTE CULPA TUYA.
- Cuando Ana me dejó, no podía entender el por qué. Ella me decía que me dejó porque ya no sentía lo mismo, pero yo pensaba que el verdadero problema era que no estaba luchando lo suficiente por nuestra relación. Aun así, las cosas no encajaban. A mi juicio, yo la había tratado lo mejor posible y mi físico no había cambiado significativamente desde que empezamos a salir juntos, así que no veía ningún motivo para que me hubiese dejado. Me sentía frustrado por no poder explicar de una manera coherente lo que me había pasado, y eso me empujó a buscar respuestas. Tuvieron que pasar más de dos años para que llegase a mis manos El método, un libro que por fin me hizo entenderlo todo y me abrió las puertas al fascinante mundo de la seducción. Estoy convencido de que la manera en la que me relaciono con las mujeres hoy en día sería muy diferente si no hubiese conocido a Ana.
- Por último, Ana me animó a probar algunos alimentos que no me gustaban por aquel entonces y que ahora están entre mis favoritos, como el queso, el brócoli, la lechuga y otras verduras que se incluyen en las ensaladas. Gracias a ella, a día de hoy mi dieta es mucho más sana y variada.
Las cosas cambian
Estuve con Ana Vera en Madrid hace un par de meses y me encantó volver a verla. Ahora está trabajando como pediatra en Sevilla y parece que las cosas le van bastante bien después de algunos años difíciles en lo personal. La tengo muchísimo cariño y le estaré eternamente agradecido por todo lo que me enseñó. Desde aquí le mando un beso gigante y le deseo todo lo mejor en el futuro.
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¿Cuáles han sido tus momentos decisivos y cómo han marcado tu vida? ¿Qué aprendiste de tu primera relación?
La foto la tomé con uno de los primeros móviles con cámara, el Nokia 3650. Somos Ana Vera y yo (con el pelo largo) en un parque de al lado de su casa unos meses antes de que empezásemos a salir oficialmente.