Siempre he sido un buen estudiante. En toda mi vida sólo he suspendido dos exámenes (uno de lengua y otro de historia, ambos en el instituto), y acabé la carrera de Ingeniería Informática en 5 años con un 9.27 de media.
La universidad me resultó bastante fácil. Para mí, sacar buenas notas no tenía ningún secreto: sólo había que averiguar qué quería el profesor y hacer exactamente eso. Además, si no lo tenías del todo claro, podías ir a su despacho y preguntarle, conseguir exámenes de años anteriores o hablar con estudiantes que ya hubiesen aprobado esa asignatura. Existían unos criterios de evaluación objetivos y tu nota dependía exclusivamente de lo bien que obedecieses.
Cuando terminé mis estudios y empecé a trabajar, pensé que podría utilizar esa misma estrategia: preguntarle a mi jefe qué tenía que hacer y hacerlo bien. Estaba equivocado.
Seguir órdenes no es suficiente
En Microsoft evalúan a sus empleados una vez al año. Los jefes se reúnen, comparan a todos los ingenieros del mismo nivel y, en función de su rendimiento, los colocan en uno de estos cinco grupos:
- 1 (20%) – Los mejores. Suele ir acompañado de un ascenso
- 2 (20%) – Los que van después de los 1. En ocasiones conlleva un ascenso
- 3 (40%) – Han hecho su trabajo correctamente, pero nada especial
- 4 (13%) – No han cumplido. Tienen que mejorar de cara al próximo año si no quieren ser 5
- 5 (7%) – Una invitación no-oficial a dejar la empresa
Además de los ascensos, tu «nota» es la que determina el bonus que recibes sobre tu sueldo base anual, que varía entre el 20% de los 1 hasta el 0% de los 5.
Date cuenta de que este sistema no funciona como los exámenes, donde tu nota es independiente de la de los demás. Esto es una competición y cada año tiene que haber gente en cada una de las categorías.
Durante los dos primeros años, hice siempre bien mi trabajo y seguí al pie de la letra todo lo que me mandaron. Si hubiese sido la universidad, habría sacado matrícula de honor; sin embargo, cuando llegó la hora de la evaluación, me pusieron un 3.
Al tercer año me volvieron a calificar con un 3 y esta vez me sentó bastante mal. Hablé con mi jefe y con el jefe de mi jefe, y les expliqué que estaba frustrado porque creía que estaba haciendo bien las cosas y no sabía qué más tenía que hacer para que me diesen un 1. La respuesta que recibí es que en Microsoft esperan que sus empleados no sólo sean capaces de hacer lo que les mandan, sino que también sepan tomar decisiones por sí mismos. «Tienes que ser proactivo, detectar problemas e ineficiencias en tus áreas de trabajo y solucionarlos sin que nadie te lo pida» me explicaron.
Lo que me estaban diciendo realmente es «Tienes que ser capaz de pensar por ti mismo y tomar tus propias decisiones. Nadie conoce mejor que tú el área en el que trabajas, así que tu eres el que mejor sabe qué se debe hacer. Confiamos en ti para que hagas lo correcto, por eso te hemos contratado, así que aprende a pensar y a solucionar tus propios problemas» Desafortunadamente, yo seguía sin entenderlo.
Pensar por necesidad
Durante el cuarto año me tocó resolver varios errores de incompatibilidad de aplicaciones. Odiaba ese tipo de errores porque en el 95% de los casos el problema no estaba en nuestro código, sino en la aplicación en sí. Sin embargo, antes de poder reasignarlos al equipo adecuado, tenía que pasarme días enteros investigando manualmente para demostrar que el error no era nuestro.
Un día, me llegó un error de este tipo que afectaba a una aplicación muy grande e importante. Después de 3 días investigando, seguía sin poder demostrar al 100% que el problema estaba en la aplicación y no en nuestro código, así que decidí crear una pequeña herramienta que lo determinase automáticamente.
Tardé en implementar esta herramienta un par de días, pero la verdad es que resultó ser muy útil. Rápidamente me di cuenta de que ahorraba horas, y que si le enseñaba cómo utilizarla al equipo que investigaba inicialmente las aplicaciones podíamos conseguir que sólo nos asignasen los errores que eran realmente nuestros y así ahorrar todavía más recursos. Se lo comenté al jefe y le pareció muy buena idea.
Ese año me ascendieron.
La revelación
Tardé varios meses en entender por qué esa herramienta que hice en unos días me valió el ascenso que no había logrado conseguir con años de trabajo. Ahora la respuesta me resulta obvia:
Microsoft quiere empleados capaces de pensar, tomar decisiones propias y aceptar la responsabilidad de las mismas. Estas son las personas que marcan diferencias y cambian el mundo, y por desgracia son muy escasas. Las grandes compañías de software lo saben, y por eso las premian, las miman y las pagan tanto dinero.
Ahí es cuando vi que mi capacidad para crear y pensar estaba atrofiada. Durante los últimos años de mi vida sólo había hecho lo que otros me decían que tenía que hacer; tomaba mis decisiones basándome en la opinión de los demás, no en lo que yo creía que era correcto; es más, ni si quiera tenía un criterio claro de qué era correcto y qué no. Y lo que es peor: no era el único al que le pasaba esto.
Para mí, darme cuenta de esto fue como el final de Sospechosos Habituales, cuando Chad Palminteri deja caer la taza al comprender finalmente quién es Keyser Söze. De pronto todas las piezas encajaron dentro del puzzle.
Pero, la pregunta es… ¿se puede aprender a pensar? ¿O cuando llevas tanto tiempo así ya no hay vuelta atrás?
Afortunadamente, la respuesta es que sí. Y yo ya llevaba un tiempo enfrascado inconscientemente en un proceso muy importante: re-aprender a pensar.
Una sociedad de autómatas
Vivimos en una sociedad que desde pequeños nos enseña a no pensar. Cualquier atisbo de creatividad, de individualismo, es eliminado por un sistema educativo donde se valora más el seguir las normas que el aprender. Sólo hay una manera adecuada de hacer las cosas, una respuesta correcta: la que te dice el profesor. La regla de oro es «obedece y todo irá bien».
Estamos tan acostumbrados a tener a alguien que nos diga lo que debemos hacer, a tener a alguien que determine si lo que hacemos está bien o está mal, que cuando nos dejan por nuestra cuenta nos bloqueamos.
Por eso es tan difícil emprender. Porque crear un negocio implica tomar decisiones, pensar racionalmente, aceptar responsabilidades, y eso es algo a lo que no estamos acostumbrados. Nadie te va a decir si comprar un terreno en La Vera y plantar aloe es una buena decisión. Tú eres el único que puede evaluarlo. Quizá tus amigos puedan darte su opinión sobre si es o no es una buena inversión (y nadie te garantiza que tengan razón), pero jamás podrán decirte si A TI te gusta vivir en el campo, si eso es lo que TU quieres hacer. Tendrás que ir para allá, probarlo y ver qué pasa, y si la cosa no funciona tú serás el único responsable.
Lo que queremos es ir a lo fácil. Que nos den un manual de instrucciones y seguirlas paso a paso. Así, si algo sale mal la culpa no es nuestra, sino del manual que estaba equivocado.
Una de las cosas a las que me ha obligado el dejar mi trabajo y escribir este blog es a pensar por mí mismo. Ahora todas las decisiones tengo que tomarlas yo.
Decido a qué hora me levanto, a qué hora me acuesto, en qué ciudad vivo y cómo invierto mi tiempo. Decido si salgo de fiesta, bebo como un loco y luego estoy dos días de resaca, o si me quedo en casa leyendo y al día siguiente salgo a correr temprano. Decido qué es lo que escribo en mi blog y cuándo. Decido qué es lo que quiero hacer para ganarme el pan, y yo soy el único responsable de los resultados de esas decisiones.
Esto requiere más esfuerzo que tener a alguien que te diga lo que debes hacer con tu vida, pero también es mucho más humano.
Somos personas precisamente porque tenemos la capacidad de pensar; de decir «esto me gusta» o «esto no está bien» basándonos únicamente en nuestra opinión personal. Cuando renunciamos a esto nos convertimos en autómatas, en cascarones sin alma.
Piensa un poco
Mi objetivo con este post es hacerte reflexionar sobre por qué haces las cosas. Animarte a que tengas tus propio criterio, tus propias creencias y tus propias opiniones, y que sean fruto de tu pensamiento lógico y racional.
Sé sincero contigo mismo:
- La última vez que te compraste unos pantalones, ¿te los compraste únicamente porque te gustaban o lo hiciste para ir a la moda o para impresionar a tus amigos?
- Cuando te vas de vacaciones, ¿eliges destino pensando en lo que te gusta a ti o en lo cool que vas a quedar cuando publiques las fotos en Facebook? Si no pudieses contarle a nadie a dónde has ido ni enseñar las fotos, ¿irías al mismo sitio?
- ¿Escribes en un foro y te pasas toda la tarde dándole a «actualizar» en tu navegador, esperando a que alguien te responda? Si te dejan 20 comentarios positivos y uno negativo, ¿a cuál le das más importancia? ¿Por qué?
A mí lo que me gustaría es que el mundo estuviese lleno de gente como Gail Wynand, el multimillonario de El manantial, que tenía una galería de arte privada en la que sólo compraba obras que le gustaban, sin importarle su precio, la fama de su autor o lo que pensasen los demás.
Yo todavía estoy en el proceso de recuperar la creatividad que tenía cuando era niño, cuando me inventaba mundos de plastilina y dibujaba monstruos sin tener que consultar a nadie, pero aquí tienes algunas ideas que quizá puedan ayudarte:
- Hazte la pregunta «¿Qué haría si tuviese todo el tiempo y todo el dinero del mundo?»
- Escribe, dibuja o reliza cualquier otra actividad creativa. Hazlo por voluntad propia, por placer. Escribe lo que te dé la gana, pinta lo que quieras, exprésate y aprende a pensar para crear
- Lee libros que expresen opiniones opuestas a lo que crees. Luego analiza, compara y decide por ti mismo. ¿Cuál de los dos razonamientos es correcto?
- Acostúmbrate a tomar decisiones rápidas sobre cosas que tienen poca importancia. Por ejemplo, si vas a un restaurante, proponte elegir lo que vas a comer en menos de un minuto.
- Mójate. Deja de decir eso de «yo es que soy apolítico.» Esto no tiene nada que ver con ser del PP o del PSOE, sino con ser capaz de tener una opinión propia sobre las cosas. Por ejemplo, Industria gravará con un peaje la producción casera de electricidad. ¿Qué opinas? ¿Te parece justo?
###
El de la foto es Kevin Spacey, en la escena final de Sospechosos Habituales. Si no has visto la película te la recomiendo porque es una obra maestra.
El último epígrafe de este post, Piense un poco, está inspirado en una de las secciones habituales del blog de Laura.