Una de las cosas que más me frustraban de mi trabajo como programador en Microsoft eran los días en los que…
- El jefe me asignaba un bug
- Yo me sentaba a resolverlo
- Después de 12 horas tratando de encontrar una solución sin éxito, tiraba la toalla y me volvía a casa porque era el único que quedaba en la oficina y aparte de eso estaba cansado y muerto de hambre
Recuerdo que esos días me iba a la cama cabreado porque a pesar de todos mis esfuerzos no había escrito una sola línea de código y eso me hacía sentir que no había avanzado nada.
Para colmo, lo habitual es que a la mañana siguiente volviese al trabajo y en 30 minutos hubiese solucionado el problema, lo cual hacía la experiencia todavía más frustrante porque me dejaba con la sensación de «joder, si era súper fácil, porque narices no hice esto ayer en vez de perder el tiempo».
Cuando a finales de 2012 cambié mi trabajo de programador por el de emprendedor online y creador de contenidos, estaba convencido de que le había dicho adiós para siempre a estos «días perdidos»…
Desgraciadamente, estaba equivocado.
No tardé en descubrir que, por algún extraño motivo, con los artículos del blog pasaba exactamente lo mismo que con los bugs de Microsoft:
- Me sentaba a escribir un post
- Escribía varios párrafos, pero inmediatamente después los borraba porque no me convencían
- El proceso se repetía durante varias horas hasta que llegaba un punto en el que me rendía y cerraba el portátil frustrado y sin haber escrito ni una sola frase en condiciones para el artículo
Y como no, la maldición se repetía:
A la mañana siguiente me ponía a escribir y en una hora tenía medio texto escrito. Y no de cualquier manera, sino escrito bien, justo como yo quería.
Durante muchos años, este tipo de experiencias han sido un misterio y una fuente de frustración para mí…
Hasta que recientemente, leyendo el magnífico libro How to Take Smart Notes e investigando sobre cómo funciona la creatividad, entendí que lo que estaba pasando.
Todo esos «inicios en falso», esos intentos fallidos de corregir los bugs en Microsoft o de encontrar la estructura perfectas para mi siguiente artículo no eran una pérdida de tiempo, sino una parte imprescindible del proceso para dar con la solución.
Y es que en cualquier profesión creativa como la de programador o la de escritor el verdadero trabajo no es programar ni escribir, es pensar.
Programar o escribir sólo el último paso, lo que haces para plasmar en líneas de código o en pensando lo que se te ha ocurrido después de darle vueltas al coco.
Pero lo importante –y también lo más difícil y lo que más tiempo lleva– es lo primero: pensar.
De no ser así, cualquier podría programar una app o escribir un libro en un día, porque lo que es escribir (ya sea código o texto) no lleva más que eso.
Cuando yo me sentaba a arreglar un error en Windows o a redactar un párrafo y no me salía, realmente lo que estaba haciendo era pensar en una solución.
Lo que pasa es que no me daba cuenta de ello porque estaba pensando «sobre el papel», no dentro de mi cabeza, lo cual en estos casos es lo más efectivo porque al cerebro le cuesta trabajar con ideas complejas y detectar patrones o incongruencias entre ellas mientras están en formato abstracto en nuestra mente.
Además, durante ese proceso de pensamiento estaba «alimentando» sin saberlo a mi subconsciente, que esa noche mientras yo dormía se quedaba procesándolo todo y buscando una solución.
Por eso a la mañana siguiente era capaz de resolver el problema en 30 minutos y me quedaba con cara de tonto y con la sensación que podría haber hecho lo mismo el día anterior.
En realidad era sólo una ilusión.
Ese «golpe de inspiración» había sido el resultado de muchas horas de trabajo activo más otras tantas de trabajo inconsciente, y nunca hubiese llegado sin ellas.
Así que ya sabes:
Si eres programador, escritor, diseñador… o si haces cualquier otro tipo de trabajo creativo, recuerda siempre que una parte importante de tu trabajo es pensar.
Eso significa tener inicios en falso, intentar cosas y que luego no salgan, o dedicar un montón de horas a crear algo sólo para acabar desechándolo porque no es lo que buscabas.
Y aunque a veces este proceso sea bastante frustrante porque los resultados no pueden verse a simple vista, la realidad es que estás avanzando y que todos esos esfuerzos que has dedicado a «pensar activamente» nunca son tiempo perdido.
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