12 del mediodía. Acabo de terminar mi primera clase de tailandés y estoy agotado. Han sido tres intensas horas de palabras nuevas y tonos extraños con Rassada, mi profesora particular, y he tenido que estar todo el tiempo concentrado al 120% para ser capaz de hacer los ejercicios que me mandaba.
Entro en la oficina de la escuela para reservar las próximas clases. He decidido dar dos horas al día, una por la mañana y otra por la tarde, en vez de tres seguidas, para darle tiempo a mi cabeza a procesar lo aprendido y poder meterme una hora en la biblioteca a repasar el vocabulario de la lección. Parecía que iba a ser un día rutinario lleno de tailandés, estudio y pocas sorpresas inesperadas, pero pronto vi que me equivocaba.
La única encargada que hay trabajando está ocupada atendiendo a una chica rubia de de ojos azules, que tiene el pelo recogido en una coleta y está sentada en su silla con las piernas cruzadas. Me siento a su lado a esperar mi turno y, casi sin darme cuenta, me pongo a hablar con ella:
– ¿Te vas a apuntar a clases de tailandés? -le pregunto, a pesar de que es obvio que está allí para eso. Muchas veces observar es lo único que se necesita para empezar una conversación.
– Sí, ¿y tú? -responde interesada.
– Yo acabo de venir de mi primera clase y tengo la cabeza que me echa humo. ¡Jajaja!
– ¡Jajaja! Ya me imagino… ¡Es un idioma muy difícil!
– Sí, sí, dificilísimo. Oye, ¿tienes hambre?
– Sí, bastante.
– Pues en cuanto acabe de reservar las clases voy a ir a comer a una cafetería-restaurante muy chula que se llama Blue Diamond. ¿Te quieres venir?
– ¿En serio? Justo estaba pensando en ir ahí a comer. ¡Me apunto!
Termino de hacer las gestiones necesarias en la escuela y mi nueva amiga me lleva en moto hasta el restaurante. Me cuenta que va mucho allí porque le encanta el pan, y en Blue Diamond lo hacen muy rico.
Nos sentamos. Ella pide un sándwich y yo una ensalada de aguacate con pollo. Me doy cuenta de que llevamos 20 minutos juntos y aún no le he preguntado su nombre:
– Perdona, ¿cómo te llamas?
– Anouk, ¿y tú?
– Yo soy Ángel, encantado –respondo mientras le doy la mano.
Anouk tiene 21 años y es de Holanda. Lleva desde Enero en Chiang Mai haciendo prácticas en una empresa que se dedica al turismo comunitario—un tipo de turismo operado por las comunidades locales que ofrece experiencias más auténticas a los viajeros a la vez que ayuda al desarrollo y la conservación de esas comunidades. Me cuenta que el pasado fin de semana estuvo en la una boda en un poblado remoto, y que el tailandés que la invitó acabó pidiéndole matrimonio. Me cuenta también que en Abril tiene que salir del país durante 30 días para poder renovar su visado, y que todavía está decidiendo a dónde ir. Y todo esto con sólo 21 años… Impresionante. Pienso en mí a su edad y en cómo habría llevado el irme yo solo a trabajar a Tailandia. Seguro que no tendría la misma soltura y desparpajo que Anouk.
Las 13:50. Llevamos casi dos horas hablando pese a que mi idea inicial era venirme yo solo a comer y a escribir. Si algo he aprendido en estas dos semanas que llevo viajando por Asia es que tienes que ser muy flexible porque los planes cambian continuamente. Le digo a Anouk que me disculpe, pero que tengo que dejarla porque he quedado a las 14 para hablar por Skype con Sebastian Marshall, el autor de Ikigai. Me dice que no me preocupe, que ella también tiene que trabajar, así que sacamos los portátiles y transformamos la mesa del restaurante en una oficina improvisada.
Sebastian me llama desde una cafetería en Taipei. Entre otras muchas cosas, hablamos sobre la escritura; sobre lo complicado que es plasmar en papel algo tan increíble como el ambiente de una cafetería tailandesa de manera que resulte interesante y ameno para los lectores. Me recomienda que lea Mientras escribo, la biografía de Stephen King. Dice que me hará un mejor escritor.
Nada más terminar, se me acerca un chico que estaba comiendo solo en el restaurante. El reloj de mi muñeca marca las 15 horas:
– Perdona, pero no he podido evitar escuchar parte de tu conversación. ¿Eres escritor? Yo también estoy viajando y escribiendo, y me gustaría conocerte.
Nos sentamos en su mesa. Se llama Craig y tiene 29 años. Es inglés y trabaja escribiendo guiones para radio y televisión, un trabajo parecido al de Nina. Ha pedido un mes de vacaciones y está viajando solo por primera vez. Aunque su idea era no hacer nada durante este viaje, está escribiendo todos los días porque siente la necesidad de hacerlo y le gusta tanto que para él no es un trabajo. Un verdadero escritor. Mientras tanto, en la mesa de al lado una chica rubia nos mira de vez en cuando y sonríe.
Craig me confiesa que quiere dejar su trabajo en Bristol y ganarse la vida escribiendo por su cuenta. Me pregunta si tengo pensado vivir de escribir. Le digo que de momento no, pero que cada vez me gusta más y que no lo descarto. Le hablo de la teoría de los 1000 fans verdaderos y le doy algunas ideas para ganar dinero a través de Internet. Toma notas en su cuaderno y me sugiere que pidamos algo de beber. En ese momento la chica de las miradas se levanta para marcharse del restaurante, pero de camino a la salida se pasa por nuestra mesa:
– Parece que todos estamos en Tailandia por el mismo motivo, para descubrir qué queremos hacer con nuestra vida. Recordad que lo importante no es alcanzar el objetivo, sino disfrutar del camino.
Inmediatamente la invito a que se siente con nosotros a tomar un té. Aunque estaba a punto de marcharse, acepta la invitación. Llamo a Anouk para que se venga también, y en ese momento me doy cuenta de que estamos 4 completos desconocidos en una mesa hablando de la vida y de nuestros viajes. Es un encuentro que no esperaba, pero me parece lo más normal del mundo y me siento sorprendentemente relajado y en paz. La situación tiene mucho sentido; así es como deberían ser siempre las relaciones con otras personas. ¿Por qué a veces nos empeñamos en hacerlo todo tan difícil?
Acabamos nuestro té y Anik -la chica nueva- y Craig tienen que irse. Intercambiamos Facebooks y teléfonos para seguir en contacto. Quedo con Craig para ir a ver el Manchester United – Real Madrid. Es muy fan del equipo de Alex Ferguson y será divertido verlo juntos. Se marchan y nos volvemos a quedar solos Anouk y yo.
– ¿Te esperabas esto cuando saliste de casa esta mañana? -le pregunto-. Porque yo no.
– Yo tampoco.
Nos reímos. Son las 5 de la tarde y ahora sí que me tengo que ir a escribir. Me despido de Anouk con un abrazo.
– ¿Cuándo nos volveremos a ver? -me pregunta.
– Pronto, seguro que pronto.
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La foto la eché desde el tren llegando a Chiang Mai. Hicimos una parada en un pueblo y los cocineros del vagón-restaurante tiraron algunas sobras de comida por la ventana, lo que atrajo a un grupo mixto de perros y gallinas.
No sé por qué la foto me resulta tan familiar. Me recuerda a mi infancia, ¿es un poco raro no? Un abrazote
Angel, me das una envidia terrible.
Justo leo esta entrada tuya desde el trabajo, 12h de guardia hoy sábado, grrrr.
Wish I was there. Absolute freedom.
Sigue escribiendo por favor.
Un saludo
Me encanta esta entrada.
Wow Angel, muy bien. Seguro a sido un momento bastante ameno, poder compartir con personas de distintos lugares del mundo una cosa en común.
Que interesante la informacion que me brindas! anotare Tailandia a mis viajes fututos cuando quiera hacer una parada.
Es un artículo interesantísimo y lleno de inspiración, sin duda lo leeré de vez en cuando para recordarme todo lo que me pierdo cuando decido no hablarle a alguien por pereza o timidez, o cuando necesite inspiración para seguir con mi sueño