Siempre he sido un buen estudiante. Aunque no era de repasar la lección todas las tardes como le hubiese gustado a mi madre, nunca iba a clase sin los deberes hechos, y cuando tenía un examen me lo preparaba a fondo y pocas veces bajaba del sobresaliente.
Para mí, sacar un 10 era una consecuencia de mi esfuerzo. Por eso, no había nada que me cabrease más que el que alguien me dijese que «tenía que darle las gracias a dios por haber sacado tan buenas notas.»
«¿Darle gracias a Dios? ¡Pero si el único que se lo ha currado he sido yo!» pensaba indignado.
De alguna manera, esta filosofía se fue extendiendo a las distintas áreas de mi vida. Empecé a creer que todo lo que me ocurría, tanto lo bueno como lo malo, era el resultado directo de mis acciones:
- Si me iba bien con una chica era porque me había comportado con ella de la manera adecuada. Igualmente, si me iba mal, era porque en algo había metido la pata.
- Si me ascendían en el trabajo era porque me lo había currado y era la leche; si no me ascendían, no me estaba esforzando lo suficiente y tenía que ponerme las pilas.
- Si resistía todo el invierno sin ponerme enfermo era porque hacía ejercicio regularmente y había tomado las precauciones adecuadas; si me pillaba un resfriado, había bebido algo frío o no me había abrigado lo suficiente al salir a la calle.
Todo tenía una causa clara, y yo era el único responsable de lo que me pasaba.
Por supuesto, esto también era aplicable al resto de personas. Cuando alguien tenía éxito profesional era porque había trabajado duro y se lo merecía, mientras que el que estaba en el paro también se lo merecía por no esforzarse lo suficiente.
Durante la mayor parte de mi vida he creído que así era como funcionaba el mundo. Sin embargo, aunque considero que este modelo es útil porque implica que somos los únicos responsables de nuestro destino y por lo tanto podemos cambiarlo, a día de hoy estoy convencido de que es erróneo e incompleto.
Si bien es cierto que nuestras acciones afectan a nuestros resultados, hay otros factores a tener en cuenta cuando nos paramos a pensar cómo funciona nuestro mundo. Y justamente de eso es de lo que voy a hablarte en este post.
El papel del azar
Vivimos en un mundo complejo en el que todo está interconectado, hasta el punto de que hay quien afirma que el aleteo de una mariposa en España puede provocar un tsunami al otro lado del mundo.
No sé si esto de la mariposa será cierto, pero lo que tengo muy claro es que existen muy pocos efectos que tengan una sola causa.
Por ejemplo, el que consigas ligarte a un chico o a una chica en un bar no sólo depende de lo que le digas o de tu lenguaje corporal (aunque ambas cosas tienen mucha importancia), sino que también existen otros factores que influyen en el resultado final, y algunos de ellos, como que ya tenga pareja, que ese día esté de mal humor o que no le gusten los rubios y tú seas rubio, no dependen en absoluto de ti.
Lo que intento decirte es que el mundo no es tan simple como «si haces A ocurre B». En realidad, funciona en plan «si haces A hay un X% de posibilidades de que ocurra B».
Esta pequeña distinción es fundamental, porque implica que los resultados que obtienes no sólo dependen de ti y de tus acciones, sino que también dependen del azar.
En algunos casos el papel de la suerte será pequeño o casi inexistente, como en un examen, que sabes que si preparas bien vas a aprobar. Por supuesto, siempre puede ocurrir algún imprevisto que te impida sacar un 10, como que leas mal una pregunta o te atasques en un ejercicio, pero las probabilidades de que salgan tantas cosas mal a la vez como para suspender son prácticamente inexistentes.
En otros casos será justo al contrario. Para crear una empresa tipo Apple o Google no es suficiente con ser un genio, tener una idea brillante y hacer las cosas MUY bien. También necesitas que se alineen los planetas para acertar con el timing, que las circunstancias te sean favorables y que las personas adecuadas decidan echarte una mano.
Lo que es innegable es que, lo mires por donde lo mires, el azar es una parte importante de la vida, y por lo tanto deberías tenerlo en cuenta a la hora de interactuar con el mundo.
Este es un tema al que le he dado muchas vueltas y sobre el cual podría escribir cientos de líneas, pero para facilitarte las cosas he intentado condensar lo más importante en 4 conclusiones prácticas.
¡Ahí van!
1. Las estadísticas también te afectan a ti
¿Alguna vez has leído algún dato estadístico, como que 4 de cada 5 restaurantes cierran en menos de un año, y has pensado que eso no te incluye a ti porque si tú abrieses un restaurante «harías las cosas bien no como los demás»?
Yo sí, y es algo muy habitual.
Los seres humanos tendemos a sobrevalorar nuestras habilidades e infravalorar las probabilidades de que nos ocurra algo negativo. Sin embargo, los números nunca mienten, y por muy especial que te creas las estadísticas te afectan exactamente igual a ti que al resto del mundo.
La clave está en entender que en función de tus características y de las acciones que tomes pertenecerás a una estadística u otra.
Por ejemplo, imagínate que abres tu restaurante en Madrid. En ese caso, tus probabilidades de éxito vendrán determinadas por las estadísticas de los restaurantes que se abren en Madrid, que serán diferente de las estadísticas de los restaurantes que se abren en Cáceres o en Buenos Aires.
Si además tu restaurante es un McDonald’s, tendrás las mismas probabilidades de que te vaya bien que al resto de personas que abren un McDonald’s en Madrid.
Y si encima tienes un coeficiente intelectual de 120, pues se te aplicarán las mismas estadísticas que a los propietarios de McDonalds en Madrid con un CI de 120.
La cuestión es que, hagas lo que hagas y seas quien seas, nunca podrás escapar del azar. Siempre serás parte de una estadística y tus resultados estarán sujetos a una serie de probabilidades, y si ignoras este hecho tarde o temprano te llevarás una buena bofetada.
Por eso, lo mejor que puedes hacer es aceptarlo cuanto antes y estar preparado para todos los posibles desenlaces.
Cuando leas que el 12% de las parejas son infieles, no seas tan ingenuo de creer que «tu chic@ es diferente», que «a ti no te va a pasar eso» o que «los únicos cornudos son los demás». Te puede ocurrir, y hay exactamente un 12% de posibilidades de que sea así.
2. Tomar buenas decisiones no implica necesariamente obtener buenos resultados
Imagínate que dos empresas prácticamente idénticas (mismo producto, mismo mercado, mismo capital) deciden implementar estrategias de marketing diferentes.
El CEO de la primera empresa es un máquina, y diseña un plan con un 70% de posibilidades de funcionar. Por desgracia, la suerte no le acompaña y un cúmulo de casualidades hace que sus campañas sean un completo fracaso. La compañía pierde varias decenas de miles de euros sin obtener resultados.
El CEO de la segunda empresa, por el contrario, es bastante mediocre y traza un plan con sólo un 30% de posibilidades de éxito. Sin embargo, la fortuna le sonríe, todo sale a pedir de boca y sus ingresos se multiplican por 10 en apenas un año.
¿Significa esto que el CEO #2 hizo las cosas mejor que el CEO #1?
¡En absoluto!
Simplemente, como el resultado final no dependía únicamente de las acciones tomadas sino también del azar, coincidió que el CEO de la primera empresa fracasó a pesar de haber tomado las decisiones correctas mientras que el CEO de la segunda empresa tuvo éxito a pesar de haber elegido mal.
Este escenario es muy común, pero al mismo tiempo muy difícil de aceptar porque los seres humanos necesitamos encontrarle una explicación a todo para sentirnos en control.
Nos cuesta reconocer que algo fue bien o mal por pura casualidad, a pesar de que muchas veces sea el caso.
La mejor manera de lidiar con este sesgo cognitivo es analizando menos los resultados y más los sistemas y procesos que han generado esos resultados.
Si alguien apuesta 100.000€ el 23 en la ruleta, será igual de idiota tanto si gana como si no, mientras que si alguien se lesiona entrenando en el gimnasio a pesar de haber calentado bien y tener la técnica correcta no ha cometido ningún error.
3. Los ganadores son los que escriben la historia
Volvamos al ejemplo de las empresas del punto anterior…
¿Cómo continua la historia de los dos CEOs?
El CEO #1, a pesar de haber diseñado una estrategia excelente, es duramente criticado por los periodistas del sector y por su junta directiva, que le obliga a dimitir. La fuerte presión acaba afectándole y llega a la conclusión de que no vale para el marketing. Finalmente, decide volver a su ciudad natal donde encuentra un trabajo en una panadería.
El CEO #2, por el contrario, recibe un bonus millonario por su rendimiento y la admiración del mundo del marketing, que le considera el nuevo gurú. Escribe un libro contando su historia y recorre el país dando charlas y talleres, y miles de personas empiezan a aplicar su método en sus propios negocios.
Quizá haya exagerado un poco, pero creo que la moraleja ha quedado clara: los que fracasan desaparecen del mapa, mientras que los triunfadores se quedan y propagan su mensaje.
Lo peligroso del asunto es que muchas veces fracasar o triunfar es sólo cuestión de azar, y no de hacer las cosas bien o mal, así que hay que andarse con ojo para no seguir los pasos de un tonto con suerte.
Es fácil darse cuenta de que apostar al 23 en la ruleta no es una estrategia ganadora, por mucho que ha haya hecho a un tipo millonario. Sin embargo, no es tan sencillo ver que cuando el gestor de un fondo de inversión consigue un rendimiento por encima del mercado, en el 99% de los casos sólo ha tenido suerte.
Al final volvemos a lo de antes: no hay que fijarse en un resultado puntual, sino en el sistema que ha generado ese resultado.
La prueba del algodón siempre es la consistencia. Cualquiera puede tener suerte y conseguir un resultado asombroso una vez, pero sólo un buen sistema es capaz de generar resultados positivos de manera consistente.
¿Tienes una estrategia de inversión ganadora? Estupendo. Demuéstrame que eres capaz de ganar todos los años durante 10 años.
4. El único antídoto para el azar es la repetición
A estas alturas confío en que ya hayas asimilado que tus resultados dependen de dos variables, tus acciones y el azar, y que por lo tanto lo que hagas nunca determinará al 100% lo que consigas.
Eso quiere decir que en algunas ocasiones tomarás las decisiones correctas, pero la fortuna te jugará una mala pasada y no obtendrás el resultado que buscabas.
Obviamente este indeterminismo no te interesa. Lo ideal sería tener más control sobre lo que te ocurre aumentando la importancia de tus acciones y disminuyendo la del azar, pero… ¿cómo lograrlo?
La respuesta es que necesitas hacer dos cosas:
- Realizar acciones que tengan la máxima probabilidad de producir el resultado que te interesa
- Repetir esas acciones una y otra vez hasta que el azar se ponga de tu parte y tengas éxito
Un buen ejemplo de cómo se aplica todo esto son las páginas virales.
Nadie puede crear un post o un vídeo y garantizar al 100% que se hará viral, porque es algo que no depende únicamente del contenido sino también de que las personas correctas lo vean en el momento adecuado y decidan compartirlo.
Por eso, lo que tienes que hacer es producir material con unas características muy concretas que potencien la viralidad –aumentar la probabilidad de éxito de tus acciones– y hacerlo día tras día –repetir la acción– hasta que, por puro azar, algunos de esos artículos se viralicen y lleguen a millones de personas.
Entender que el impacto del azar es menor cuantos más intentos hagas es clave para poder decidir si te sale más rentable invertir tus recursos en aumentar la calidad de tus acciones o el número de veces que las realizas.
Por ejemplo, te merece más la pena dedicar tu tiempo a intentar dos veces una acción con un 40% de probabilidades de éxito, que dedicar ese mismo tiempo a aumentar las probabilidades hasta el 50% a costa de intentarlo una sola vez.
Como puedes ver, calidad no siempre es mejor que cantidad.
Conclusión
Tener un modelo realista del mundo es clave para poder desenvolverse en él con éxito, ya que si no entiendes cómo funcionan las relaciones causa-efecto acabarás tomando las decisiones equivocadas.
Por norma general, la gente pertenece a uno de estos dos grupos:
- Los que creen que todo lo que les ocurre es fruto de la casualidad y la mala suerte, y que ellos son víctimas y no pueden hacer nada al respecto
- Los que creen que todo lo que les ocurre, tanto lo bueno con lo malo, es un resultado directo de sus acciones y que por tanto ellos son los únicos responsables
Aunque el segundo modelo produce resultados muy superiores al primero, ambos tienen su parte de verdad ya que, en realidad, tus resultados dependen tanto de tus acciones como del azar.
Este hecho es muy difícil de asumir, porque los seres humanos necesitamos encontrarle una explicación a todo para sentirnos en control, pero una vez que lo aceptas te das cuenta de las tremendas implicaciones que tiene.
En este post he intentado resumirte las más importantes y darte algunas pautas para lidiar con ellas.
Espero que te ayuden a entender mejor lo que ocurre a tu alrededor y a ser feliz en este mundo indeterminista.
###
¡Tu turno! ¿Estás de acuerdo con esta visión probabilística del mundo? ¿Qué otras consecuencias importantes se desprenden de este hecho? ¿Tienes tu propia versión sobre cómo funciona el mundo y quieres compartirla? Cuéntamelo en los comentarios 🙂
Foto: dado sobre mesa de madera