El martes pasé una de las peores noches que recuerdo que en mucho tiempo. Me estaba alojando en un albergue del casco viejo de San Sebastián en una habitación con 3 literas, y cuando volví a casa a la 1 de la madrugada ninguno de mis compañeros estaba allí.
Cualquier persona que tenga una mínima experiencia en albergues puede decirte lo que esto significa: están todos de fiesta y llegarán a mitad de la noche haciendo ruido y despertando a todo el mundo. Y efectivamente, así fue.
Sobre las 3 de la madrugada llegó un chileno acompañado de una chica americana que encendió la luz mientras comentaba a voces: «¡Qué suerte hemos tenido, no hay nadie durmiendo!». Yo me quité la máscara y le respondí que sí que había alguien durmiendo, pero el daño ya estaba hecho.
A partir de ahí se sucedieron una serie entradas y salidas del chileno tratando de ligarse a las alemanas del cuarto de al lado, de ronquidos de los que hacen temblar las paredes, y de sacudidas de litera para intentar parar esos ronquidos. A las 8 de la mañana, habiendo dormido apenas 2 horas y viendo que la situación no mejoraba, me largué de allí y me fui a desayunar algo.
No hace falta decir que ese día fue un infierno. Estaba tan cansado que a las 10:30 me eché una cabezadita de camino a Eibar y cuando me desperté estaba yo solo en el bus, en un lugar desconocido y con las puertas cerradas. Pero esa es otra historia…
Una fuente inagotable de historias
Me encantan los albergues, hasta el punto de que prefiero quedarme en uno antes que en un hotel a pesar de que el primero sea más caro o se duerma peor. Aunque de vez en cuando puedas tener una mala experiencia como la que te acabo de contar, lo normal es que te encuentres un ambiente estupendo y acabes haciendo buenos amigos, y para mi ese es un aspecto esencial de viajar.
Durante los 7 meses que he estado recorriendo Asia, muchos de mis mejores momentos los he vivido en albergues. Desde mi primer amor de viaje –a quien conocí en el baño del Nap Park de Bangkok– hasta innumerables noches de cervezas y buena conversación, podría contarte mil y una anécdotas que me han ocurrido en estos lugares. Pero de entre todas ellas hay una que destaca por encima del resto por lo absurdo y surrealista de la misma, y hoy he decidido compartirla contigo.
Todo empezó con una mala noche…
¿Agua?
Eran mediados de Julio y estaba en mi albergue favorito de Chiang Mai. Como iba a pasar un mes allí, me estaba quedando en el dormitorio VIP, como a mí me gustaba llamarlo.
Para que te hagas una idea de cómo estaba organizado el albergue, imagínate un gran jardín con cuatro edificios de dos plantas. La primera planta tenía un baño al fondo y un dormitorio común a la izquierda con cinco camas, y la segunda tenía dos habitaciones privadas. Todos los edificios eran iguales salvo en el que dormían los dueños, que tenía el dormitorio común dividido en dos partes con una cortina: una era la oficina/dormitorio donde vivían Aoi y su compañero, los dueños, y el otro tenía dos camas individuales para huéspedes de larga duración (el dormitorio VIP).
Acababa de regresar de cenar con unos amigos a las 2 AM. Mi compañero, un japonés que había estado haciendo un curso de masaje tailandés, se había marchado ese día y el próximo chico no venía hasta el día siguiente. Parecía que algo no me había sentado bien esa noche porque me dolía un poco el estómago y no era capaz de conciliar el sueño.
Sobre las 3 AM, cuando por fin estoy a punto de quedarme dormido, el sonido de unas voces me despierta. Era una pareja que volvía de fiesta y como habían bebido no eran conscientes de que estaban hablando demasiado alto. Después de maldecirles, escucho como suben al cuarto de arriba y se callan. Bien, puedo intentar dormir otra vez.
Al rato, más ruidos. Me vuelvo a despertar. La parejita se ha puesto cariñosa y puedo escuchar perfectamente la mezcla de gemidos y golpes contra el suelo. Pero de pronto, el movimiento se detiene y escucho a la chica hacer la pregunta del millón:
– «Oye, recuerdas cómo me llamo, ¿verdad?»
Momento de máxima tensión.
Un segundo.
Dos segundos.
Tres segundos.
El chico no contesta.
Cuatro segundos.
Cinco segundos.
– «Claro que sí, te llamas Sarah» –responde él finalmente.
– «Ahhh, menos mal, ¡creía que no te acordabas!»
El chico respira aliviado y la pareja retoma la actividad.
Cuando terminan la faena, vuelvo a intentar dormirme. A la tercera va la vencida, pienso. Pero no. Una vez más, cuando estoy en estado de semi-consciencia a punto de quedarme sopa me despierta otro ruido. Esta vez es como si alguien hubiese vertido el agua de una botella en el suelo.
La habitación está completamente a oscuras y no tengo ni idea de qué puede haber pasado. Escucho como los dueños del albergue se despiertan, alguien sube las escaleras, hay una conversación subida de tono y de pronto se enciende la luz y me encuentro al compañero de Aoi sonriente, fregando el suelo sin camiseta.
Mi primera reacción es pensar que el tipo se ha emborrachado y ha vomitado, pero no tiene mal aspecto ni huele a vómito. Todavía con los ojos medio cerrados, le pregunto que qué ha pasado. Él me responde que no me preocupe y que me vaya a dormir. Pero la curiosidad me puede, así que en cuanto veo que el tipo se ha marchado a vaciar la fregona me levanto y le pregunto directamente a Aoi, que me cuenta toda la historia.
Antes de seguir leyendo… ¿qué crees tú que ha ocurrido? Si lo adivinas te regalo un pin 😉
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Al parecer, la chica había bajado con la intención de pasarse por el baño del albergue, pero se había confundido de puerta y había entrado en la habitación. Ni corta ni perezosa, se había bajado los pantalones y había meado allí mismo, en la entrada. Aoi, que también había escuchado la expresión de amor previa, había subido a la habitación del chico en cuanto vio el charco en el suelo para pedirle explicaciones. La chica le había abierto la puerta de malas maneras gritándole «What! What!» y Aoi la había echado de allí.
Miro el reloj y son más de las 5 de la mañana. Estoy muerto de sueño, pero una vez resuelto el caso del agua misteriosa por fin consigo dormir feliz.
No todos los años cuentan lo mismo
Aquella noche no fue la más agradable del mundo, pero la recordaré toda mi vida. Podré contarle la historia de esta noche en un albergue de Chiang Mai (y otras muchas) a mis amigos y echarnos unas risas todos juntos recordando mi viaje y las anécdotas y buenos momentos que viví esos siete meses que estuve en Asia.
Es curioso, pero cuando echo la vista atrás hay años de mi vida de los que apenas tengo recuerdos. Fueron años de rutina en los que cada día era prácticamente una copia del anterior y lo único que quedan de ellos son alguna noche más divertida de lo normal y poco más. El resto es como si nunca hubiese existido.
Por el contrario, hay otros periodos de mi vida que recuerdo perfectamente. El año que me fui a estudiar a Albuquerque, los campamentos de verano, mis inicios en Seattle, todos los viajes que he hecho…
Viendo esto, he llegado a la conclusión de que hay años que cunden más que otros, que –literalmente– hay años en los que vives más que en otros. Si no me crees, tú mismo puedes hacer la prueba: ¿Qué recuerdos tienes de estos últimos 5 años? ¿Están esos recuerdos distribuidos equitativamente a lo largo del tiempo, o hay épocas con muchos más recuerdos que otras? ¿Cuáles son esas buenas épocas?
Creo que por eso me gusta tanto viajar: porque da lugar a todos esos momentos y experiencias inolvidables, porque hace que cuando mires hacia atrás te recuerdes con una sonrisa, porque te obliga a vivir de verdad, a vivir al máximo.
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Y a ti, ¿cuál es la historia más increíble que te ha ocurrido en un albergue?
Hoy a las 6 de la tarde empieza la quedada de Barcelona. ¡Todavía estás a tiempo de apuntarte!
La foto es de una noche cualquiera en el Monte de San Pedro, en La Coruña. Durante la quedada que hicimos allí subimos a visitarlo y Juan me echó una foto subido a un cañón que había por allí. No sé cómo lo hizo, pero parece que el cañón está dibujado por ordenador y mola un montón 😀 ¡Gracias Juan!