Hace poco tuve uno de esos días en los que no tienes ganas de trabajar porque no te sale nada.
Me senté a escribir nada más levantarme, pero por mucho que lo intenté no fluían las palabras. Al final me dieron las 7 de la tarde y salí a dar un paseo para relajarme un poco y no acabar lanzando el portátil por la ventana.
Sí, sé que muchos me decís «Ángel, me encanta tu trabajo y la libertad que tienes», pero en ese momento yo solo pensaba en lo mal que me sentía por no poder escribir lo que tenía en mi cabeza.
Mientras caminaba, empecé a preguntarme si realmente me gusta lo que hago. Si he nacido para escribir, o si por el contrario no es para mí y llevo forzándolo estos tres años.
Y justo en ese momento me vino a la mente mi época en Microsoft.
Me encanta programar. Me parece fascinante el poder darle instrucciones a un ordenador, y es una de esas actividades que hacen que pierda la noción del tiempo y me olvide de comer o de ir al baño. Sin embargo, cuando trabajaba como desarrollador en Windows también había veces en las que me atascaba con un problema y quería mandarlo todo a la mierda.
Recuerdo que en aquellos momentos me planteaba lo mismo: si realmente me gustaba programar o si en el fondo no era mi pasión.
Obviamente, la pregunta no tenía ni pies ni cabeza. ¡Por supuesto que me gusta programar! Lo adoro. Pero aun así, había una parte de mí que quería creer que lo que estaba haciendo me resultaba difícil porque no me interesaba lo suficiente, y que si encontraba la profesión adecuada todos los días de mi vida serían sencillos y fluidos.
Esa parte es la que me hacia pensar durante horas sobre cómo hacer que me guste mi trabajo 24 horas al día y 7 días a la semana. Y, por desgracia, no hay una respuesta para eso.
Creo que este es uno de los motivos por el que nos atrae tanto la idea de dedicarnos a nuestra pasión. Porque en el fondo pensamos que, si descubrimos ese «trabajo perfecto», todo será coser y cantar.
En realidad, te dediques a lo que dediques, vas a tener tus días malos. A mí la pasión por mi trabajo no me evita tener momentos de frustración, momentos en los que me atasco ni momentos en los que no te apetece nada currar.
¿Y sabes qué? Es totalmente normal que también te pase a ti.
Por eso es tan importante no confundir el que algo te apasione con el que a veces te resulte complicado.
Pero voy a ir un poquito más allá: estoy convencido de que para que algo te guste de verdad y mantenga tu interés a lo largo del tiempo debe tener un toque de dificultad y suponer un desafío. Deben existir esos momentos de frustración de vez en cuando, esos retos, porque superarlos con éxito es precisamente lo que hace que la actividad te resulte satisfactoria.
Hace poco hablaba de esto con Shane Melaugh, el creador de Thrive Leads, un tipo brillante y un gran aficionado a las artes marciales.
Me contaba que hubo una época en la que fue propietario de un estudio de karate en Suiza, y que él y su socio empezaron a ofrecer clases para niños, pero que en vez de hacer los típicos jueguecitos que se hacen con los chavales de esa edad decidieron tratarles como adultos y hacerles entrenar duro, sin tonterías.
Al principio los niños se quejaban de que los entrenamientos eran demasiado difíciles. Sin embargo, según los iban completando semana tras semana y veían que sus habilidades iban mejorando, les empezaron a gustar más y más.
«Se convirtió en nuestra clase más popular», me contaba Shane. «Siempre estaba llena y teníamos hasta lista de espera. Y es que el fondo, los seres humanos disfrutamos de trabajar duro para superar retos difíciles.»
Amén. No podría estar más de acuerdo con él.
Resumiendo: el que algo te resulte difícil no quiere decir que no te guste o que no tengas ganas y, de igual manera, el que algo te apasione tampoco quiere decir que siempre vaya a ir como la seda.
Da igual cual sea tu profesión, ten muy claro que siempre te vas a encontrar obstáculos, y conseguir superarlos a base de esfuerzo y trabajo duro es una las cosas más satisfactorias que puedes hacer.
Por eso, la próxima vez que una tarea te cueste, no empieces a pensar que no has nacido para eso y vuelvas a leerte el libro sobre cómo encontrar tu pasión. Mejor pon el esfuerzo necesario para completar lo que estés haciendo.
«La felicidad no viene del trabajo fácil, sino de la satisfacción de haber realizado
una tarea complicada que nos exigió lo mejor de nosotros mismos.»
— Theodore Isaac Rubin
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¿Alguna vez has confundido el que algo requiera esfuerzo con el que no tener ganas de trabajar? ¡Cuéntame tu historia en los comentarios! Me encantaría conocerla.