Este es un post invitado de Edu Serrano
de Ruta Kaizen.
“¿Por qué no buscas un trabajo estable y te centras?”
“Edu, esos sitios son peligrosos y hay muchas enfermedades. Hacer eso es de pringaos. ¡Estás loco!”
Estas son algunas de las frases que escuché al dejar mi trabajo antes de irme de viaje largo por Asia (con la excepción de algunos amigos).
Todo empezó en Bochum, Alemania.
Aquel año de intercambio 2011-12 cambió mi vida para siempre.
Es una simple idea, un virus que te invade y remueve los cimientos de tus creencias y todo lo que te enseñaron de pequeño: no quería pasar encerrado el resto de mi vida en una oficina trabajando en algo que no me llenaba.
Vamos, que no quería ser un esclavo.
Al volver de estudiar en Alemania iba por ese camino y no me gustaba nada, pero tampoco tenía idea de cómo crear el mío propio.
Tardé dos años en darme cuenta de que seguía condicionado por las viejas creencias.
¿Te resulta familiar?
Viajar solo y sin fecha de vuelta. ¿Por qué no?
En un par de viajes cortos que hice por Europa conocí australianos, alemanes y americanos que estaban recorriendo el continente durante un año sabático.
Me parecían extraterrestres, algo sólo al alcance de personas muy valientes.
Con el tiempo, la idea de viajar solo con un billete de ida floreció y descubrí blogs como Vivir al Máximo que me ayudaron a tomar la decisión.
Finalmente me armé de valor y de perdidos al río: cogí la mochila y me fui a Tailandia (qué raro) para seguir con Laos, Camboya, Vietnam, Myanmar, Malasia y Singapur.
Myanmar me enamoró profundamente por sus gentes, pero en Malasia peninsular (más occidental) perdí la chispa viajera.
Después de 6 meses y aquella experiencia con el pueblo birmano, no encontraba nada que me estimulara lo suficiente. Necesitaba hacer algo distinto, una nueva aventura fuera del trillado circuito mochilero.
Ya en casa de un buen amigo en Singapur decidí comprar un billete de avión a Sumatra, la isla más grande de Indonesia, en vías de desarrollo y con apenas turismo.
Quería conocer su cultura y ver orangutanes salvajes, ahora en serio peligro de extinción por la expansión de la industria del aceite de palma.
En esa isla, viajando solo en bicicleta y con una tienda de campaña durante un mes, viví una de las experiencias más alucinantes y enriquecedoras de mi vida. Esto fue lo que aprendí:
1. Mejor solo que mal acompañado
Aterricé en Medan, la ciudad más poblada e industrializada de Sumatra, y en mi hostal me reencuentro con Markus, un viajero alemán que conocí en Laos.
¿Casualidad? Yo no creo en esas cosas.
Me contó sus planes y resulta que, al igual que yo, no tenía claro exactamente qué hacer en Sumatra pero sí algo distinto. Él viajaba con un guitalele y yo con un ukelele.
Éramos el Dúo Dinámico.
Pusimos rumbo al norte en autobús hasta Banda Aceh, y pensamos en comprar unas bicicletas para recorrer la isla de norte a sur bordeando la costa oeste.
Para que te hagas una idea sobre Sumatra:
- Es casi tan grande como España, pero a lo largo.
- Como prácticamente toda Indonesia, la mayoría de la población es musulmana. Hay mezquitas por todas partes y a la hora del primer rezo (4:30-5 de la mañana), es difícil no despertarse.
- La zona noroeste fue la más devastada con diferencia por el tsunami de 2004.
- Era precisamente esa la región donde estábamos, que tiene idioma y cultura distinta (son muy conservadores). Hubo un movimiento separatista parecido a ETA pero más violento que se disolvió tras el tsunami.
- El 90% de la isla es montaña, jungla o palmeras. Hay muy pocas ciudades, turismo o conexión a internet, predominando aldeas y pueblos rurales.
En definitiva: una aventura del tamaño de una catedral, así que… decisión tomada.
Bicicletas, tienda de campaña y mucha ilusión, aún sabiendo el tremendo desafío que tenemos delante.
Lo bueno es que iba bien acompañado, o al menos eso creía…
Los primeros días fueron increíbles, disfruté como un niño pequeño con la densa jungla y los amables habitantes locales, pero me di cuenta de que algo fallaba.
Markus estaba yendo más rápido que yo y a veces lo perdía de vista durante más de una hora.
Tuve algún calambre y de vez en cuando me apetecía disfrutar de la selva, los mercados locales o las fascinantes playas vírgenes del Océano Índico.
Me molestaba que no se parara cada cierto tiempo. ¡Podía pasar cualquier cosa y estábamos incomunicados!
Daba la impresión de que le importaba un pimiento dejarme atrás: realmente no estábamos yendo juntos y, aunque intentaba hacérselo entender, era inútil.
Teníamos diferencias.
Quizá te haya pasado alguna vez, que vas acompañado o emprendes un camino con alguien (pareja, amigo o familiar) y en algún momento te das cuenta de que no es la persona adecuada o incluso de que te está perjudicando.
Es en esos momentos cuando debes entender que tú y sólo tú eres el responsable de tu propia felicidad.
Empecé la aventura gracias a él, pero el apego hacia alguien, sea quien sea, nunca es bueno.
Yo necesitaba descansar de mis problemas musculares, así que nos separamos de forma amistosa después de tres días y cada uno siguió por su cuenta.
Aprendí a ser independiente, a aceptarme y a quererme con mis defectos y virtudes.
2. Viajar sin hablar el idioma local, aprende comunicación no verbal
Como yo había comprado la tienda de campaña me la quedé, lo que me daba total libertad para acampar donde quisiera. ¡Toma ya!
Eso sí, a partir de entonces incertidumbre absoluta.
Nunca me había enfrentado a un desafío tan bestia, aunque no estaba asustado.
Los locales ya me habían demostrado su hospitalidad, pero al no tratarse de una zona turística y sin mi colega occidental era difícil comunicarse y socializar, así que decidí recurrir a las palabras sueltas que aprendí en idioma indonesio para hablar con las personas que me iba encontrando.
Sin embargo, no era suficiente.
Sólo tienes tres necesidades básicas: comer, dormir y socializar. Para las dos primeras ya sabes qué gestos utilizar, pero para la tercera o para el temido pinchazo de una rueda (sucedió) debes echar a volar tu imaginación.
Obviamente necesitaba socializar para no volverme loco y esas cosas.
“Hello mister, how are you?”.
Eso era lo máximo que escuchaba en la mayoría de lugares. Aunque hablo inglés fluido (que realmente es fundamental para tu vida), de poco me servía por aquellos pueblos remotos.
¿Pero adivina qué? En momentos de necesidad tú mismo descubres recursos y formas de comunicarte, y en consecuencia te conoces más a ti mismo.
No fue fácil, pero aprendí a interpretar y a comunicarme con los aldeanos a través de gestos, sonrisas, sonidos o incluso bailando. Es una forma increíblemente poderosa y efectiva de interactuar con ellos y además pasas un rato muy agradable.
Si no había manera, papel, bolígrafo y a dibujar. También tocaba el ukelele y todos se ponían contentos o a bailar. Será por recursos.
Además, los niños, que me rodeaban muchas veces curiosos, me enseñaron el poder mágico de la sonrisa.
Pese a estar exhausto con 70km a mis espaldas, a las 2 de la tarde y a pleno sol, sonreía gracias a ellos y me daban la energía necesaria para continuar.
Normalmente damos por sentado que la otra persona nos va a entender con palabras, pero a veces dice mucho más de ti tu lenguaje corporal, mirada, postura y gestos, aunque no seas consciente.
Mi recomendación:
Trabaja tu comunicación no verbal y aprende a interpretar la de los demás, jugarás con ventaja en cualquier parte del mundo.
3. El que menos tiene es el que más da. Aprende de los nativos
Como decía antes, la región de Aceh fue la más afectada por el tsunami del 2004, el más devastador de la historia matando cerca de medio millón de personas. Se dice pronto…
Cuando lo escuchas en televisión no le das la importancia que se merece.
Sin embargo, yo pude adentrarme de lleno en el epicentro de la catástrofe al conocer a un policía local llamado Faryd. Fue mi primera noche acampando en solitario con una familia local.
Las paradisíacas playas contrastan con la pobreza de la región (la mayoría viven de la pesca, agricultura y ganadería) y a su vez con las impecables carreteras recién asfaltadas por los programas de ayuda internacional.
Faryd, un tipo bastante gracioso, sería una de las pocas personas de la región que hablaba inglés y quería asegurarse de que sabía lo que estaba haciendo.
“You totally crazy mister!”
“Yeah, don't worry.”
Conversamos durante un buen rato y, cuando llegó el momento, le pregunté con tacto por el tsunami.
El pueblo donde estaba era Calang, que fue engullido por la gran ola y el 70% de su población murió. Lo mismo pasó en toda la costa, una zona algo turística hasta el 2004 pero desolada desde entonces.
Faryd perdió a toda su familia: sus padres, su hermana, sus tíos y sus tres hijos. A pesar de la tragedia de 11 años atrás, él era feliz porque los enfrentamientos entre el grupo separatista y los militares habían terminado y ‘gracias' al tsunami había vuelto la paz.
Difícil de asimilar… Fue un momento muy duro en el que estuve cerca de derrumbarme. No podía ni imaginar el sufrimiento que debió pasar aquel pueblo no sólo por el tsunami, si no por los 30 años que duró la guerra de guerrillas.
Pero llegaron otras familias de la zona a interesarse por el hombre blanco.
No iba a ponerme a llorar, no en ese momento.
Las personas que iban llegando me regalaban la mejor de sus sonrisas y algunas incluso me dieron comida, cojines… No me faltaba de nada.
Me preguntaba una y otra vez cómo era posible que personas que subsistían con sus campos de cultivo, unas pocas vacas y un puñado de búfalos pudiesen ser tan hospitalarias.
“Terima kasih!” Les daba mil gracias y me dolían los músculos de la cara de tanto sonreír.
Faryd llamó a su mejor amigo, Trizno, que aunque no hablaba inglés se dedicaba al turismo antes del tsunami. La historia de su familia no tuvo tan trágico desenlace: “sólo” murieron sus abuelos porque vivían en la costa.
Trizno, que ahora tenía únicamente un rebaño de vacas y su chabola, en 2004 vivía a uno o dos kilómetros de la costa y vio desde su casa como el tsunami arrasó todo lo que encontraba a su paso.
Decía que la ola era de unos 30 metros y las palmeras ni se veían.
Al recordarlo y pensar en ello me entran escalofríos.
Al día siguiente me ofreció pasar una noche en un bungalow recién construido por él mismo junto a su padre, porque tienen la esperanza de que el turismo algún día vuelva y ayude a la economía local. Me suplicó que recomendara Calang a mis amigos.
Agradecí a Trizno su generosidad con algunos obsequios y le di mi palabra.
Desde entonces, este es mi mantra: da amor sin condiciones y recibirás amor a cambio.
4. Fíjate objetivos alcanzables y cambia de actitud: disfruta del camino
En el momento de empezar el reto, lo que nos propusimos Markus y yo era recorrer la isla de norte a sur en un mes.
Una locura.
Tardé poco en darme cuenta de la dificultad del asunto, sobretodo teniendo en cuenta que no me había enfrentado a una prueba física tan exigente en mi vida.
Era consciente de que si quería llegar al menos a la mitad de mi objetivo en un mes debía ser constante.
A veces hacía cosas sin pensar que me obligaban a parar a descansar más de un día:
- Pedaleaba más tarde de las 12pm sin protección solar. ¡Error!
- Tenía alguna molestia en la rodilla, la mano o el brazo y seguía dale que te pego. Mal Edu, muy mal.
- Estaba varias horas sin comer ni beber para hacer cuantos más kilómetros mejor. Fatal…
Acabar con la piel quemada, con problemas musculares o casi deshidratado es muy desagradable, pero esas situaciones me enseñaron a ser más consciente de lo que hacía.
Estando solo, las cosas se ven de manera distinta.
Tienes menos distracciones y, como decía antes, te conoces a ti mismo y aprendes a aceptarte y a quererte.
Te centras en lo que realmente es fundamental para ti.
Además me llevé un aprendizaje muy valioso: lo más importante no es la meta, si no el camino.
En la vida nos solemos marcar objetivos como ganar más dinero para comprar aquello que quieres, ser el mejor en algo específico o ser más libre y tener más tiempo para ti. Pero… ¿has pensado en disfrutar del proceso?
Aunque es bueno definir objetivos, es absurdo obsesionarse con uno demasiado lejos de tu alcance. De hecho, eso te frustrará.
Es mucho mejor dividir ese objetivo en partes más pequeñas y alcanzables.
Entendí que debía dejar de centrarme en llegar a un sitio específico. Pedaleaba unos 50-60km diarios, aunque en tramos montañosos se quedaban en 30-40.
Sencillamente avanzaba lo que podía día tras día dando lo mejor de mí pero sobretodo disfrutando de todas y cada una de las experiencias que iba viviendo.
Me dejé llevar y cualquier aldea o pueblo era ideal para acampar y quedarme quizá unos días.
Con el tiempo me iba acostumbrando a pedalear más lento y a disfrutar cada paisaje, cada trago de agua, cada comida cuando paraba en un restaurante de carretera, y cada sonrisa y saludo que intercambiaba con un aldeano.
Valoraba todos esos momentos como regalos de la vida.
Esto es válido para todos los ámbitos: fíjate metas realistas, pero sobretodo disfruta del camino y centra tu actitud en aprender de tus errores y de los obstáculos que te encuentres.
5. Abandonar a tiempo puede convertirse en una gran victoria
Echando la vista atrás llevaba ya más de 500km recorridos como mochilero en bicicleta, con algunos tramos de montaña criminales. Era evidente que no sería capaz de llegar ni siquiera a la mitad.
La maldita isla es inmensa.
Había pasado por Meulaboh, la segunda ciudad más grande de la región que, aunque también fue devastada por el tsunami, ya había renacido de sus cenizas.
Allí me hospedé en un hostal por primera vez en lo que llevaba de viaje (la app Maps.me de mi móvil me salvó la vida en más de una ocasión).
Pasé también por decenas de aldeas y me sentía una superestrella: todo el mundo me saludaba.
En realidad tenía dudas sobre si seguir o no.
Me adentré en el Parque Nacional Gunung Leuser casi sin darme cuenta y mi objetivo de ver orangutanes salvajes estaba cada vez más cerca. Pero tenía que atravesar las montañas.
Un día estaba anocheciendo y yo seguía pedaleando sin tener ni idea de dónde estaría el próximo pueblo…
En la aldea donde estaba pregunté dónde podía acampar y cómo podía subir a ver orangutanes salvajes con mi rudimentario indonesio.
Se acercaban más y más niños, mientras yo me preguntaba si era el primer occidental que veían por allí.
Tenía solo una semana más de visado, y una agradable y risueña familia (que me hospedó en su casa-restaurante) me informó de que era imposible llegar al otro lado del parque nacional en bici. Debía coger transporte local porque las subidas eran demasiado difíciles… ¡incluso para las motos y los coches!
Al final les hice caso. Realmente no estaba tan loco ni tan en forma como para viajar en bicicleta solo por una ruta que no le desearía ni al propio Indurain.
Aquella familia me ofreció comida y techo durante 4 días. Es curioso como, a pesar de no hablar el mismo idioma, me trataron como a un hijo más.
No sabía cómo darles las gracias, así que les dejé algunas cosas mías, algo de dinero y una nota con todos sus nombres antes de irme.
Una furgoneta tipo pick-up me llevó en uno de los viajes más largos, bellos, y surrealistas de mi vida hasta Ketambe, donde me encontraría después de casi un mes con occidentales.
Salvaje trekking de 3 días por la jungla y… ¡orangutanes a la vista!
Empecé la aventura en parte inspirado por algunos increíbles viajeros como Javier Bicicleting, The Crazy Travel y Anina Anyway. De hecho, en algún momento llegué a plantearme recorrer toda Asia en bici.
Pero habían varios motivos para deshacerme de ella y continuar con transporte local:
- Estaba cansado, MUY cansado, y faltaban aún muchos kilómetros de montaña. La vida en bicicleta consume muchas calorías y te deja K.O.
- La comida del trekking me dejó el estómago jodido y necesitaba tiempo para recuperarme.
- Me sumergí al 100% en la cultura local por mucho tiempo, 4 semanas.
- Ya me había demostrado a mí mismo que era capaz de superar un reto así y cualquiera que me propusiera, me di cuenta de que la mayoría de nuestros miedos son irracionales.
- A veces hay que decir basta. Cuando sientes que es suficiente, es suficiente.
Vendí la bici al dueño de una estación de autobuses por algo más de la mitad de lo que me costó.
Si llevas un tiempo leyendo a Ángel, probablemente conozcas este artículo, dedicado al libro “The Dip”, cuya lección más importante es saber cuándo abandonar y cuándo no.
Hoy en día con mi blog tengo un proyecto mucho más importante que encontrar un trabajo fijo o dar la vuelta al mundo en bici (ya te contaré si lo hago en un futuro).
Eso sí, la experiencia de viajar así había merecido mucho la pena.
Mi consejo:
Aprende a abandonar a menudo, valora si el proyecto que llevas a cabo merece realmente tu esfuerzo y entrega, teniendo en cuenta los beneficios de llegar al otro lado.
5+1. La vida es demasiado corta como para no salir ahí fuera y hacer algo que merezca la pena
Sé que ya has leído mucho sobre la zona de confort, pero si estás cómodamente en ella (valga la redundancia), que sepas que es la mayor enemiga de tu crecimiento como persona.
¿Quieres ser más libre y crear el estilo de vida de tus sueños?
Entonces sal de ahí cagando leches.
- Si trabajas en un sitio que no te gusta, ¿estarías ahí los próximos 20 años?
- Si tienes hábitos que no te aportan nada o te perjudican, ¿por qué no los dejas?.
- Si estás pensando hoy en hacer algo grande, ¿por qué no pasas a la acción HOY en vez de seguir esperando?
Viajar solo marcó un punto de inflexión en mi vida.
Emprender, como viajar, es toda una aventura. Pero debes dar el primer paso.
Supera la parálisis que te provoca el miedo. El mundo es de los valientes, de los que pasan a la acción a pesar de sus miedos (al fracaso, a lo desconocido, al qué dirán…)
Hay dos maneras de ver la vida: desde el victimismo o desde la responsabilidad. Donde unos ven un problema otros ven una solución, o una oportunidad.
Si eres de los que se quejan, aquí tienes algunos consejos.
No vas a aclarar tus ideas desde el sofá, si no invirtiendo en ti mismo y apostando por un proyecto en el que creas, probando con el método ensayo-error.
Y si no tienes ni idea de por dónde empezar, puedes leer también las historias de Antonio o Franck.
Para mí, la mejor inversión que puedes hacer en tu vida es viajar solo y lejos. ¿Por qué?
- Desarrollarás habilidades que tienes ahí dormidas, esperando a que las despiertes.
- Sabrás quién eres si viajas tan lejos de manera que allí tú eres el extraño.
- Conocerás a personas maravillosas y otros puntos de vista que te ayudarán a crecer personalmente.
¿No eran tan peligrosos los musulmanes conservadores según la televisión? A mí me pareció el pueblo más hospitalario de la historia.
El mundo está ahí para descubrirlo, no para que te lo cuenten.
Mi vida ha dado un giro de 180 grados en los últimos años: ahora tengo unas ganas tremendas de vivir y de comerme el mundo a bocados.
Recuperé la ilusión gracias a la experiencia de viajar en solitario y a tener un proyecto con el que me siento totalmente identificado.
Viaja tantas veces como puedas, tan lejos como puedas y el máximo tiempo que puedas. La vida no está hecha para vivirla en un solo lugar.
Déjate sorprender. Aprende. Vive.