De pequeño nunca tuve problemas de peso. Siempre fui un chico muy activo; me gustaba hacer deporte y jugar en la calle con mis amigos. Además, mi madre cocinaba bastante sano y casi nunca nos llevaba a restaurantes, por lo que nunca tuve que preocuparme de lo que comía para mantener la línea. Sin embargo, esto cambió cuando me independicé y me fui a vivir a Seattle.
Mala vida
Cuando me mudé a Seattle en Octubre del 2008 pasé a ser el único responsable de mi alimentación. No me gustaba nada cocinar y tenía dinero por primera vez en mi vida, así que todas las noches me daba un homenaje en algún restaurante de la ciudad con Amadeo, mi compañero de piso. Pizzas, hamburguesas, burritos… no nos privábamos de nada.
Los resultados de este estilo de vida no se hicieron esperar, y en unas semanas me encontraba en la peor forma física de mi vida. Pasé de la talla 40 a la 43, me salió papada y mi cara se volvió redonda como los panes de hogaza que venden en mi pueblo. También hubo consecuencias menos visibles: me sentía triste, bajo de energía y sin ganas de hacer nada. Mi cambio físico me estaba afectando más allá de esos 3 números de talla.
Justo por esa época, Amadeo y yo hicimos nuestros primeros amigos y empezamos a ir a fiestas. Nuestra rutina de los viernes consistía en cenar en un restaurante o pedir unas pizzas, beber en nuestra casa (pre-party), llegar a la fiesta ya borrachos y con varias garrafas de calimocho, beber más y estar por allí hasta que la fiesta terminase, y acabar en nuestra casa con los valientes que tuviesen ganas de más (post-party). Al día siguiente, comida de resaca en el Boom Noodle (un restaurante japonés), siesta y vuelta a empezar.
Empezamos a labrarnos una reputación, y no precisamente buena. La gente nos conocía como “los españoles borrachos” o “los españoles del calimocho”, y había quien afirmaba que nunca nos había conocido sobrios. Yo me quedaba dormido al final de las fiestas y a Amadeo se le ponían los ojos rojos, y no hace falta decir que no nos comíamos ni un rosco con las chicas. Nuestra vida era un completo desastre.
Un toque de atención
Cuando pierdes el rumbo y empiezas a ir en contra de la vida, la vida te manda señales para que cambies. De ti depende el hacer caso a esas señales y cambiar, o ignorarlas y seguir viviendo como hasta entonces. Sin embargo, no olvides que no puedes ir en contra de la vida eternamente; si ignoras sus avisos durante mucho tiempo, te dará un toque de atención tan fuerte que no tendrás más remedio que pararte a escuchar.
En mi caso, el primer toque de atención serio llegó en el mes de Diciembre. Amadeo y yo, después de un fin de semana de excesos, habíamos ido al gimnasio a jugar un partido de racquetball, la versión americana del squash. Durante el partido, hubo un punto muy competido en el que tuve que darme varias carreras; cuando acabó, me dio un fuerte ataque de asma. A pesar de que sólo habían sido 6 o 7 sprints, mi condición física era pésima y el esfuerzo me había dejado desfondado. Me puse muy rojo y empecé a toser. Tosía y tosía y no podía parar, así que tuvimos que dar el partido por terminado.
Estaba en el coche esperando a que Amadeo saliese de la ducha y, entre ataque y ataque de tos, me puse a pensar en el rumbo que estaba tomando mi vida. La naturaleza me había dado un cuerpo joven, un cuerpo invencible capaz de cosas maravillosas como saltar, correr o bailar. Y, ¿qué estaba haciendo yo con ese regalo? Lo estaba despreciando. Tenía 22 años y no era capaz de darme 3 carreras de mierda. Estaba escupiendo a la vida a la cara. Me estaba riendo de ella.
Fue en ese momento cuando decidí poner fin a esa situación y empezar a tratarme como merecía.
El plan
A la mañana siguiente, desde la oficina, contacté a mi amigo Fran por el Messenger. Fran estudiaba Ciencias del Deporte y era la persona más musculosa y en forma que conocía. Si alguien podía ayudarme, era él. Le conté que había tocado fondo, que necesitaba ponerme en forma y que me dijese lo que tenía que hacer, que seguiría sus instrucciones al pie de la letra. Se lo dije por el chat del Messenger, pero si se lo hubiese dicho por teléfono habría notado en mi voz esa determinación que uno tiene sólo cuando se compromete al 100%, sin excusas.
Fran me pasó un enlace al Reto Men’s Health de Pablo Motos. El reto consistía en conseguir que Pablo Motos, el presentador de El Hormiguero y un tío bastante enclenque, fuese portada de la revista Men’s Health en sólo tres meses. Para ello, seguiría un plan de entrenamiento y una dieta establecida por uno de los entrenadores personales de la revista.
La web tenía todo lo que necesitaba: un entrenamiento de pesas de 12 semanas —con todos los ejercicios explicados e incluso el peso que había levantado Pablo cada día— y unas directrices básicas para la dieta. Además, se podían ver las fotos de Pablo a lo largo del reto y apreciar su progreso desde la semana 0, en la que no se le notaba un solo músculo, hasta la semana 12, en la que estaba totalmente transformado. Si Pablo Motos podía, yo también, así que ese mismo día me pasé por el supermercado para abastecerme de pechugas de pollo y empecé con el plan de entrenamiento que cambiaría mi vida.
En un par de semanas ya se podían apreciar resultados. No solo había perdido algunos kilos y mi papada se había reducido ligeramente, sino que estaba más contento y tenía más energía. Amadeo, que me veía cada noche comer pechugas de pollo y ensaladas, fue el primero en notar el cambio y me preguntó por la rutina que estaba siguiendo. Le pasé el plan de entrenamiento y empezamos a entrenar juntos.
Pasaron los meses y no perdonábamos ningún día de gimnasio. Amadeo empezó a hacer spinning y se compró una bici; yo me inscribí en una liga de racquetball. Nuestra forma física y nuestro ánimo seguían mejorando. Ya no comíamos pizza y bebíamos sin control, sino que cocinábamos verdurita y salíamos con moderación. Nuestra vida social y amorosa empezó a salir a flote y, lo más importante, nos sentíamos mejor con nosotros mismos y éramos más felices. Cuando nos quisimos dar cuenta había pasado algo muy curioso: nos habíamos enganchado al deporte. Ya no lo hacíamos para adelgazar, sino porque de verdad nos gustaba.
Casi cuatro años después de nuestra llegada a Seattle, Amadeo y yo estábamos en la mejor forma de nuestras vidas. Amadeo había pedido casi 30 kilos y había terminado el Ironman Canadá en menos de 12 horas; yo había corrido una maratón en 3:57 y recorrido más de 300 km con la bici en un solo día. Cuando le contábamos a la gente nuestro oscuro pasado no nos creían, y cuando les enseñábamos fotos de esa época nos miraban como si estuviesen presenciando un milagro. Y en cierto modo tenían razón, porque lo que nos había pasado era un casi un milagro: el ejercicio nos había cambiado la vida.
Un compromiso de por vida
El momento decisivo que viví en la pista de racquetball me sirvió para desarrollar una de mis cualidades más destacadas: el COMPROMISMO CONMIGO MISMO.
¿Correr cambió mi vida? No. ¿El gym cambió mi vida? Tampoco. Lo que cambió todo fue ese momento en esa pista racquetball, que me dio un aviso y un motivo para cambiar todo por completo.
Los cambios brutales que experimenté a todos los niveles cuando empecé a cuidarme me hicieron ver que el ejercicio, la dieta y el sueño no sólo tienen un impacto en nuestro físico, sino que los beneficios van mucho más allá. No es casualidad que los CEOs de las grandes compañías vayan al gimnasio todas las mañanas. Cuando te respetas y te cuidas como mereces, tienes más energía, haces mejor tu trabajo y eres más feliz. Por eso, desde aquel día, llevar una dieta sana y hacer ejercicio regularmente se han convertido en dos de los pilares fundamentales de mi vida, y tengo la intención de mantenerlos hasta el día en que me muera.
Si tienes que elegir un hábito positivo para incorporar a tu día a día, que sea hacer ejercicio. Busca un deporte o una actividad que te guste y hazlo regularmente. No tiene por qué ser ir al gimnasio o salir a correr; también puedes apuntarte a clases de baile, hacer capoeira o jugar al tenis. Todo vale mientras te muevas y sudes. Y por favor, no me vengas con la excusa de que no tienes tiempo. Sería como intentar talar un árbol con un hacha sin filo y decir que no tienes tiempo para afilarla porque estás demasiado ocupando talando.
###
Este post es parte de la serie Momentos decisivos. Si te perdiste el artículo anterior: Momentos decisivos I: Ana Vera.
El chico de la foto soy yo, justo después de llegar a la meta en la maratón de Vancouver. Los kilómetros finales fueron tan intensos que al acabar no pude contener las lágrimas de la emoción.